lunes, 20 de septiembre de 2010

Unidad 6

Unidad 6
Los profetas/ Libros sapienciales

Primera Parte: LOS PROFETAS MAYORES: ISAÍAS, JEREMÍAS, EZEQUIEL Y DANIEL

¿Qué son los profetas? Las palabras hebraicas que la Biblia usa para llamar a los profetas son: Nabi, Hozé, Zoé (vidente). La más frecuente es Nabi: el que habla con vehemencia, bajo el influjo de una fuerza superior, un inspirado.
La palabra profeta es griega y significa: “Hablar en nombre de...”. Por tanto, el nombre profeta indica claramente la misión de estos hombres: el profeta es el que habla en nombre de Yavhé; es su voz viva en medio del pueblo, para recordar las promesas entre Dios y su pueblo, para enderezar y corregir. Por tanto, tiene doble finalidad; ANUNCIAR Y DENUNCIAR.
En la Biblia también los profetas son llamados como: guardianes del pueblo, centinelas de Yavhé. Son hombres de fuerte personalidad y espiritualidad, intermediarios, siervos de Yavhé. Son hombres que, bajo el impulso de Dios, comprenden lo que está sucediendo y transmiten al pueblo un continuo llamado a la conversión, y su misión es discernir la voluntad de Dios sobre el presente del pueblo, para proyectarlo a un futuro de esperanza y de salvación.

2. ¿Cómo nació el profetismo? En el plan de salvación, Dios siempre ha llamado a algunas personas, a quienes envió a su pueblo. Sin embargo, cuando hablamos de profetas nos referimos a aquellos que dejaron escritos su pensamiento y sus profecías, y constan en el Canon bíblico.

3. ¿Cuáles son las enseñanzas principales de los profetas? Recordarles la Alianza; reprocharles la infidelidad y las consecuencias de esa infidelidad, si no se convierten: juicio y condena; la restauración, como esperanza; el resto; el Mesianismo; la perspectiva escatológica, es decir, la proyección de las promesas proféticas más allá del tiempo.

4. ¿Qué características tienen los profetas? Un llamado de Dios, esa llamada reviste al profeta de una misión: ser la voz de Dios; esa llamada nace siempre en una experiencia fuerte de Dios; la misión trae consigo contrariedades y cruces, pero el Señor les protege y les ayuda.

5. ¿Cuántos son los profetas? Son cuatro mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; y trece menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías y Baruc.

Los libros proféticos son un género de libros “ardientes” e “inflamados”, que pintan la lucha por la fidelidad a Dios por parte de un pueblo que una y otra vez es sorprendido con las manos en la masa de su pecado y de su fracaso. Los profetas se convierten así en los grandes incitadores del pueblo de Dios, los que mantienen la fidelidad a la Alianza, los creadores de la esperanza en el futuro. Son hombres inspirados que se adelantan a su tiempo y van creando, poco a poco, nuevas relaciones entre el Dios vivo e Israel, el pueblo escogido.

Los profetas como “hombres de la Palabra” usan muchos géneros literarios para transmitir el mensaje de Dios; los principales son éstos:
a) Los relatos: relatos de su vocación, hechos de la historia de su pueblo para evidenciar la presencia de Dios dentro de la historia.
b) Oráculos: son una declaración solemne hecha en nombre de Dios. Los oráculos pueden ser: de juicio, donde se da el juicio de Dios contra una persona o un pueblo; oráculos de felicidad, que son promesas de salvación.
c) Acciones simbólicas: no son palabras, sino hechos, que luego explican al pueblo.
d) Parábolas: que son comparaciones.



1. Autor y fecha

a) Isaías: Vivió en el siglo VIII a.C. unos años antes del destierro. Es el profeta mesiánico, cuya palabra golpea y consuela. Le tocó vivir la tiranía de Asiria que conquistó, primero, el norte de Palestina, y luego, Jerusalén. Es un profeta de ciudad y participaba activamente en los asuntos de la clase dirigente. Interviene enérgicamente contra la corrupción de Judá y Jerusalén. El libro del profeta Isaías ha sido escrito por varios profetas, discípulos de Isaías.

Isaías (1, 1-16)
b) Jeremías: Vivió en el siglo VII a.C. Profeta muy delicado, dotado de gran sensibilidad; tímido y emotivo. En el pugnan la necesidad de paz y ternura con la dureza del mensaje que tiene que anunciar, porque vivió momentos terribles para su pueblo: el período de la humillación y del exilio. Dos yugos uncían al pueblo: Asiria y Egipto. ¿Cómo sacudirse este yugo?

Jeremías (39, 1-9)
c) Ezequiel: Vivió en el siglo VII a.C. Es el profeta del cautiverio, del exilio a Babilonia, a donde fue deportado. En su libro, lleno de esperanza y de consejos, busca tener viva la fe del pueblo. Pero es un profeta de personalidad compleja. Jerusalén estaba en poder de Babilonia. Y fue aquí donde fue llamado por Dios para que llegara a ser “bandera y centinela” para la “casa rebelde” de Israel (cap. 1, 2 y 3). Su misión se desarrolla toda en el exilio, entre los desterrados. Es propenso al abatimiento, a visiones raras, para nosotros. Pertenece a la casta sacerdotal o levita. Impulsor del culto, los ritos y el anhelo de santidad.

Ezequiel (1, 1-14)
d) Daniel: Vivió en el siglo VIII, pero el libro se escribió alrededor del siglo II a.C., después del exilio. Es de carácter totalmente distinto a los anteriores. La primera parte de su obra consta de narraciones en el período de Babilonia; la segunda trata de visiones en las que se presentan las grandes fuerzas impulsoras de la historia.

Daniel (6, 13-24)

2. Características literarias

a) Isaías: es un hombre con una cultura muy profunda, rica y erudita. Su estilo es considerado de lo más puro y clásico. Usa el recurso de los oráculos.
b) Jeremías: su estilo es menos imaginativo que el de Isaías, pero tiene gran expresividad y fuerza interna. Es un estilo hondo, profundo, sensible, muy vívido. Cuenta sus luchas, dudas y gritos angustiosos. Casi es un retrato de su propia vida. Usa imágenes sugestivas como el yugo roto, la viña, etc. Usa también el recurso de acciones simbólicas y visiones que tienen este esquema: el mandato de Dios, la ejecución del profeta y el discurso que explica el significado de la acción simbólica. Cf. Je 18, 1-12.
c) Ezequiel: es un hombre fuertemente dotado, por influjo de la literatura oriental de Babilonia, de vivísima fantasía e imaginación, un místico como Teresa de Ávila o Francisco de Asís. Usa visiones, en las que actúa y participa; acciones simbólicas, algunas extrañas. Usa el género apocalíptico, enigmático, con narraciones, oráculos y visiones. Las narraciones son casi todas en primera persona, lo que da un fuerte temple autobiográfico a cada página. Por la unidad, sistematicidad y coherencia de la estructura del texto, podemos llamar a Ezequiel el primer dogmático 53 del Antiguo Testamento.
d) Daniel: es el único libro que nos ha llegado escrito en las tres lenguas bíblicas: hebreo, arameo y griego. Emplea el relato ejemplar inventado con un lección moral54 y el género apocalíptico, lleno de alegorías, visiones, imágenes extrañas y grandiosas. Los personajes y las naciones se transforman en bestias u otros seres fantásticos; los años y los números son tratados de una manera simbólica, el tiempo presente y el futuro se mezclan para dar una visión sintética de la historia humana.

3. División y contenido temático
a) Isaías: Comprende 66 capítulos. Se divide en tres grandes partes:
Proto-Isaías (primer Isaías): cap. 1-39. El más importante y aquí se contienen los oráculos y las promesas mesiánicas del Enmanuel.
Deutero-Isaías (segundo Isaías): cap. 40-55. Es llamado el libro de la Consolación, por la liberación a través del sufrimiento del Mesías.
Trito-Isaías (tercer Isaías): cap. 56-66. El profeta anima a su pueblo a la fidelidad y al culto de Yavhé.
b) Jeremías: El tema central en torno al cual gira toda la predicación de Ezequiel es el de la “santidad de Dios”. Tres partes:
Oráculos contra Judá y Jerusalén (cap. 1-24)
Oráculos de salvación sobre Israel y Judá (cap. 25-45)
Oráculos contra las naciones (cp. 46-52)
c) Ezequiel: Cinco partes:
Vocación y misión del profeta (cap. 1-3)
Oráculos de condenación contra Jerusalén (cap. 4-24)
Oráculos contra las naciones (cap. 25-32)
Mensaje de esperanza (cap. 33-39)
Visión sobre el templo y la tierra (cap. 40-48)
d) Daniel: Daniel tuvo la misión de consolar a su pueblo con un mensaje de confiada esperanza. Estructura:
Historia de Daniel (cap. 1-6).
Visiones de Daniel (cap. 7-12).
Relatos griegos (cap. 13-14): son deuterocanónicos.

4. Contenido teológico y espiritual
a) Isaías:


Denuncia social y política: denuncia a la clase dominante por su lujo y su orgullo, por su codicia y sus injusticias a costa de los pobres. Y lo hace para provocar un cambio de conducta, una conversión, para que todos se encuentren con Dios. Cf. Leáse: Is cap. 1; 3; 5; 10.
Dios Glorioso, fuerte y omnipotente: esta fuerza y poder divinos se manifiestan a través de la historia nacional o internacional. Cf. Léase: Is cap. 28; 29; 31.
La conciencia de miseria y de pecado del pueblo: resalta las miserias humanas para provocar la conversión: la vanidad de las mujeres, la indiferencia religiosa, la confianza en el dinero y riquezas, orgullo y autosuficiencia. Cf. Léase: Is 3, 16; 5, 19; 22, 9; 30, 1; 2, 6; 5, 8-24.
Mesianismo real: Nacerá el Mesías, de entre ese RESTO 55 de Israel pobre, humilde y justo.
Será Enmanuel, el heredero de las promesas hechas a David, Rey pacífico, portador de gran paz y alegría en el pueblo; pero también, Siervo de Yavhé que debe sufrir por la salvación de su pueblo. Cf. Léase: Is 4, 2-3; 8,8; cap. 7, 9 y 11; cap. 42, 49-53.
b) Jeremías:

Arrancar y derribar: la infidelidad a Dios, el culto falso, exterior y vacío. Cf. Jer 2; 7; 13, 31-34.
Edificar y plantar: exhortación a la fidelidad, a la esperanza mesiánica, a una religión interior sellada en el corazón del hombre. Cf. Jer cap. 30 y 31; 23, 5-6; 3, 14-25.
Amor de Dios: Jeremías es el cantor enamorado de su Dios: un Dios personal, que dialoga con el corazón de la persona y con el pueblo. La imagen que utiliza el profeta es la del noviazgo y amor conyugal. Cf. Jer 2, 2; 3, 4; 31, 3-4. Es un claro mensaje que prefigurará la presencia de Cristo Eucaristía. Cf. Jer 31, 31-34; 32, 40.
Una religión y un culto interior, del Espíritu y del corazón: mensaje de interioridad. La verdadera circuncisión es la del corazón (4, 4). Cf. Jer 31 y 32.
La oración: Jeremías, pregonero de la vida interior, es también hombre profundo de oración. Cf. Jer 20, 7-13.

c) Ezequiel: su mensaje gira en torno a la Gloria y Santidad de Dios.
Visión de la divinidad y el concepto de Dios: ningún otro libro nos da una visión tan sublime de la majestad de Dios. Dios es el Santo, el Trascendente. El pecado es traicionar la Santidad de Dios.
El pecado de Israel y el castigo: todos los pecados son ofensas contra la santidad de Dios y contra su Gloria. Estos son los pecados que echa en cara Ezequiel: profanación del culto y del santuario (Ez 5, 11), la idolatría (6,6: 14, 3ss. Cap. 20), la infidelidad a Dios confiando en alianzas políticas (16 y 23), las culpas de los malos jefes y falsos profetas (22, 6; 17; 21; 30; 12; 13). Hace tres alegorías: la novia infiel (cap. 16), de las dos hermanas (cap. 23) y un resumen de la historia de Israel (cap. 20).
El castigo purificador: por culpa de los pecados.
Retribución colectiva e individual: Ezequiel, sin renunciar al principio de la solidaridad 56, es el primero de los profetas que habla del problema de la responsabilidad personal por el pecado. La retribución, premio o castigo, está en relación con la conducta de cada uno (cf. Ez 18).
Promesa de la restauración: es también profeta de esperanza. Predica la esperanza en el regreso (cf. Ez 36; 37; 39). La figura del Mesías no será un rey, sino un sacerdote-pastor (cf. 21, 17; 22, 6; 26, 16; 27, 21; 45, 46). La misión del Salvador es esencialmente sagrada, cultual, de “santidad”.

d) Daniel:

Dios: es el dueño de toda la historia y su sabiduría es mayor que toda sabiduría y poderes humanos.
Visión teológica de la historia: los reinos de este mundo surgen, crecen y se acaban; mientras que el Reino de Dios sigue firme y vendrá con el Hijo del hombre. Esto era de gran consuelo para sus compatriotas. Cf. Dan 2, 44; 8, 19-25; 7, 9-14.
Mesianismo: este Mesías que profetiza Daniel es más espiritual. Jesús se apropió este título de “Hijo del hombre” con estas connotaciones: de origen divino y al mismo tiempo humilde “siervo de Yavhé”. Cf. Dan 7.
Oración humilde y contrita: Daniel se solidariza con el pecado de su pueblo, expía con ayuno, oración y sufrimiento. Daniel insiste que Dios ayuda al justo y humilde que observa la Ley y lo libera de todos los males. Cf. Dan 9; 6; 13.
Papel de los ángeles: son ministros de Dios; y a través de ellos revela su voluntad a los hombres. También ayudan y consuelan a los hombres. Cf. Dan 7. 10; 3, 91-92; 6, 23; 8, 16; 9, 21-22.
Resurrección de los muertos: en sintonía con los libros de los Macabeos, también Daniel nos hace pensar que la fe en la resurrección era ya común en el pueblo de Dios desde el siglo II a.C. Cf. Dan 12, 12.

Los profetas tienen su autoridad, como llamados y enviados de Dios. Tienen una finalidad concreta: que se cumpla la Alianza entre Dios e Israel en toda su dimensión social, religiosa y política. El procedimiento o medio que emplean es la denuncia de la infidelidad y la exhortación a la conversión. Y el soporte que emplean es el oráculo en sus diversas formas.

Segunda Parte: LOS TRECE PROFETAS MENORES: AMÓS, OSEAS, MIQUEAS, SOFONÍAS, NAHUM, HABACUC, AGEO, ZACARÍAS, MALAQUÍAS, ABDÍAS, JOEL, JONÁS Y BARUC



Amós, Oseas y Miqueas, contemporáneos de Isaías, anuncian la invasión asiria, como llamada de atención de Yahveh para que se restaure la Alianza. Sofonías, Nahum y Habacuc viven los años del final del dominio asirio y la ascensión del imperio babilónico, lo que debe llevar a una restauración nacional y a una reforma religiosa. Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías y Joel proclaman la euforia nacionalista, la restauración de las instituciones y la reconstrucción del templo tras el destierro babilónico. Baruc era el nombre del secretario de Jeremías en cuyo libro es manifiesto el interés por los exiliados. Por último, el libro de Jonás es una historia novelada o parábola, que proclama una apertura de la Alianza a todos los hombres, incluso a los paganos.
1. Ambiente histórico del siglo VIII (Amós, Oseas y Miqueas): período de prosperidad y riqueza en el Reino de Israel. Sin embargo, las riquezas se encuentran en manos de unos pocos, hay abusos e injusticias sociales.
2. Ambiente histórico del siglo VII (Sofonías, Nahúm, Habacuc): Los asirios, egipcios y caldeos luchaban por tener la hegemonía del medio Oriente. Palestina caía en manos del primero que invadiese. El mal gobierno de los reyes de Judea atrajo sobre la nación la derrota, que se hizo definitiva con el asedio de Jerusalén en el año 587 a.C. y la deportación del Pueblo de Dios a Babilonia.
3. Ambiente histórico del siglo VI al siglo III: (Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías, Joel, Jonás, Baruc). Después del imperio de Babilonia, vino el imperio persa, que sujetó a Babilonia y ensanchó su imperio, durante dos siglos. Ciro es el primero de sus jefes. Fue Ciro el que permitió a la cautivos de Babilonia volver a su patria. A Ciro le sucedió su hijo Cambises, tirano cruel, caprichoso y enfermo que se ganó el odio del pueblo y fue asesinado. Le sucedió Darío, que puso paz en todo el imperio. Durante el imperio de los persas, el Pueblo de Dios vuelve a su patria y se estabiliza en Palestina, ocupándose especialmente en la reconstrucción del templo y en la restauración de la fe de los padres, predicada por Esdras y Nehemías. Esta tarea fue facilitada por la política religiosa de los Persas, muy liberal y respetuosa de las creencias de los varios pueblos dominados.

Los libros proféticos son un género de libros “ardientes” e “inflamados”, que narran la lucha por la fidelidad a Dios por parte de un pueblo que una y otra vez es sorprendido con las manos en la masa de su pecado y de su fracaso. Los profetas se convierten así en los grandes incitadores 57 del pueblo de Dios, los que mantienen la fidelidad a la Alianza, los creadores de la esperanza en el futuro. Son hombres inspirados que se adelantan a su tiempo y van creando, poco a poco, nuevas relaciones entre el Dios vivo e Israel, pueblo escogido.

1. Autor y fecha
a) Amós: es el profeta de la justicia social. Era pastor nómada, apreciaba la naturaleza. Dios lo llama y lo envía al Norte para profetizar. No fue muy aceptado, pero Amós defiende su vocación y su misión profética, castigando con sus oráculos las injusticias y la explotación.
b) Oseas: es el profeta engañado por su esposa, a la que, a pesar de su infidelidad, no dejó de amar. Su vocación divina está vinculada con su triste experiencia matrimonial, descubriendo en ello un significado profético y simbólico. Hombre muy sensible, que nos recuerda a Jeremías. Es sumamente delicado y sensible al amor conyugal, al cariño hacia los hijos y compasivo con los animales.
c) Miqueas: es el profeta del Juicio de Dios y defensor de los oprimidos y explotados, imitando a Amós. En cada palabra suya se adivina la profunda crisis social de su pueblo. Hombre de campo. En un solo versículo (6, 8) resume toda la predicación de sus contemporáneos: justicia (Amós), amor (Oseas), humildad (Isaías).
d) Sofonías: “aquel que Yavhé ha protegido”, predicó en Jerusalén, durante el reinado del inepto rey Josías. Nos da a conocer el estado de Jerusalén antes de la reforma religiosa: sus idolatrías, las costumbres extranjeras y paganas, el falso profetismo, las violencias e injusticias. Nos hace conocer también los sentimientos de los creyentes que aceptaron con entusiasmo y vivieron la reforma de Josías.
e) Nahúm: Sabemos poco de este profeta. Nahúm, “aquel que Yavhé ha consolado”, predicó en Judá. El tema de su predicación es la caída de la ciudad de Nínive. Sin embargo, esta ciudad es tal vez el símbolo de todo pueblo o ciudad que se opone a los planes de Dios.
f) Habacuc: poco sabemos también de este profeta. Predicó cuando Nabucodonosor, rey de los caldeos, con capital en Babilonia, iniciaba su dominio sobre las naciones vecinas de Asia Menor y sobre el pueblo de Israel. Es un profeta inserto en la problemática de su tiempo: opresión, injusticias, atropellos.
g) Abdías: casi nada sabemos de este profeta. Cooperó con su palabra en la misión de la restauración. Es llamado, por lo mismo, profeta cultual, por su interés en establecer el culto a Yavhé, retornando a la fidelidad a la ley del Deuteronomio.
h) Ageo: es el predicador de la Gloria del nuevo templo restaurado. Aparece como un rígido fustigador del pueblo, que se preocupa más en su interés y en sus cosas terrenas, que en el culto y en el templo.
i) Zacarías: participó activamente en la restauración del Pueblo de Dios y del templo.
j) Joel: No sabemos nada de la vida de este profeta. Parece influenciado por los profetas Malaquías y Abdías.
k) Malaquías: significa “mi mensajero”. Le tocó vivir una época de gran escepticismo, pues no se habían cumplido las esperanzas suscitadas por Ageo y Zacarías para la reconstrucción del templo. El desánimo se había apoderado del pueblo y renacían los antiguos pecados en el culto y en la vida. La reacción de Malaquías es vigorosa.
l) Jonás: un desconocido profeta del post-exilio escribe su vocación y el mensaje que debe anunciar: Jonás tendrá que ir a Nínive, la gran ciudad y predicar contra ella, su destrucción a los 40 días.
m) Baruc: en hebreo significa “bendito”. Era el nombre del secretario de Jeremías, en cuyo libro es manifiesto el interés por los exiliados. Algunas veces Baruc leyó personalmente en público un presunto libro de Jeremías. No es, pues, extraño que su nombre encabece este libro que presenta a la comunidad de los desterrados en Babilonia con los ojos puestos en Jerusalén.

2. Características literarias


a) Amós: El estilo de la palabra de Amós es concreto, pintoresco, directo y vigoroso. Habla a través de imágenes tomadas de la vida campesina. Usa frecuentes diálogos con el pueblo.
b) Oseas: Un hombre con vasta cultura histórica y religiosa. Habla con soltura y conoce bien el campo, del que toma sus imágenes poéticas para enseñanzas. Escribe con gran emoción, bajo la intensidad afectiva de su experiencia de vida.
c) Miqueas: Hombre también de campo. Su predicación es sencilla, directa y vehemente. Usa el recurso del oráculo, iniciando así: “Escucha...Estén atentos”, dando más solemnidad y fuerza a su mensaje. En el estilo se emparenta con Amós y Oseas por su frescura y sencillez, apasionamiento y crudeza. Sin embargo, la utilización frecuente de los juegos de palabras hacen a veces difícil la comprensión del texto.
d) Sofonías: es un libro corto, escrito con un estilo directo y concreto, y sus profecías se pueden acercar por sus temas y su estilo a las de Amós. Mira los problemas prácticos sin grandes pretensiones teológicas, denunciando con fuerza los pecados contra Dios y contra el prójimo, que están haciendo la situación insostenible y van a provocar la irrupción del día del Señor.
e) Nahúm: se nota un estilo apasionado y nacionalista. Usa la invectiva fuerte y escribe con la rabia del oprimido, sin concesión a la compasión.
f) Habacuc: Su estilo es de queja, duro. Usa el recurso de la pregunta, del desafío, de la protesta, de la maldición.
g) Abdías: Es duro en su estilo. Da rienda suelta a la indignación del profeta.
h) Ageo:
Es duro y fustigador en su estilo. Emplea el recurso estilístico de la antítesis, de la pregunta provocadora. Sus imágenes están sacadas de la vida de campo.
i) Zacarías: el libro de Zacarías no pertenece a un solo autor. La crítica dice que hay dos autores, pues se nota claramente que hay diferencias de temas, de estilo, de intereses, entre la primera y segunda parte. Es uno de los libros más difíciles de interpretar del Antiguo Testamento, pues escribe con imágenes y visiones surrealistas, que producen desconcierto. La abundancia de visiones y el recurso a la meditación de los ángeles hacen de Zacarías el precursor del género apocalíptico en la Biblia. Muchas de las profecías de Zacarías se cumplirán en Jesús de Nazaret.
j) Joel: aprovecha cualquier cosa de la vida diaria (un cesto de higos, una sequía, una olla hirviendo, una rama de almendro...) para captar el mensaje de Dios. Es vivo y vigoroso en su estilo, más propio del período pre-exílico, y parecido al de Sofonías. Es uno de los profetas-puente entre la profecía y la apocalíptica.
k) Malaquías: uso del diálogo: el profeta hace una afirmación, los oyentes objetan o niegan la afirmación del profeta y éste vuelve a justificar la afirmación inicial y saca sus consecuencias. Nuestro profeta anónimo queriendo responder a los porqués de la gente desanimada, hace ver el contraste entre la vida del presente y la antigua Ley del deuteronomio, la Ley de Dios.
l) Jonás: estamos ante una narración didáctica, un midrash, con intención de enseñar una verdad. Es una obra de ficción de carácter parabólico, con finalidad pedagógico-didáctica. No es, pues, una colección de oráculos proféticos ni tampoco un relato de carácter histórico, sino una narración dramatizada, muy afín a algunas parábolas evangélicas, por ejemplo, la del hijo pródigo (lc 15 15, 11-32) y la de los trabajadores de la viña (cf. Mt 20, 1-16).
m) Baruc: Su texto original se ha perdido, pero nos ha llegado en la versión griega de los Setenta, cuyos autores, judíos, lo admitían por lo tanto, como auténtico y canónico. Usa amonestaciones y palabras de consuelo. El vocabulario y ciertos giros sintácticos permiten suponer una mentalidad semítica en el origen de todo el libro. Incluso se ha pensado en un original hebreo extraviado, exigido por el supuesto uso litúrgico de este libro.

2. División y contenido temático

a) Amós: Son nueve capítulos. Se pueden distinguir estas partes:
Oráculos contra las naciones (1-2): reprocha el apartarse de la moral universal y de las reglas de la vida humana.
Palabras contra Israel (3-6): condena el lujo, la vanidad de las mujeres, el falso culto, el alejamiento de Dios y su Alianza y habla del “día de Yavé”.
Visiones simbólicas (7-9): describe y condena las injusticias del pueblo y la explotación de los pobres.
b) Oseas: Son catorce capítulos. Se pueden distinguir dos partes:
Vida conyugal de Oseas y su iniciación profética (1-3): a través de su historia del matrimonio fracasado y de su amor renovado a la mujer infiel, Oseas anuncia con profunda emoción el amor personal y fiel de Dios por su pueblo, aunque éste haya sido infiel a la Alianza y se haya “prostituido”, olvidando el pacto “matrimonial” con Yavé.
Reproches, amenazas e invitaciones a la conversión (4-14)
c) Miqueas: Son siete capítulos, divididos así:
Oráculos imprecatorios, de denuncia y amenazas (1-3): denuncia la explotación de los pobres, el culto exterior sin alma y vacío, la venalidad de los jefes y falsos profetas.
Oráculos de promesas y esperanza (4-5): en la venida mesiánica. Es suya la famosa profecía del nacimiento de Jesús en Belén de Efrata (5, 1-4).
Oráculos imprecatorios (6-7): dos partes entran en litigio: Dios y el pueblo. Dios echa en cara a su pueblo la poca correspondencia a tanta gracia divina.
Oráculos de promesa y esperanza (7): El pueblo reconoce su pecado y Dios le da esperanza de una próxima liberación.
d) Sofonías: Son tres capítulos, divididos así:
El día de Yavé sobre Judá y Jerusalén (1)
El día de Yavé sobre las naciones (2)
Nuevas amenazas a Jerusalén (3, 1-8)
Promesas del Resto de Israel (3, 11-20)
e) Nahúm: Son tres capítulos y toca un solo tema: la ruina de Nínive.
f) Habacuc: Son tres capítulos y toca un solo tema: el problema de la justicia divina frente a las naciones.
g) Abdías: tiene solamente 21 versículos. Dividido en dos partes:
Castigo a los Edomitas (1-14).
Restauración de Israel en el día de Yavé (15-21)
h) Ageo: su predicación gira en torno a dos temas:
La restauración del templo,
La gloria futura del pueblo fiel (era escatológica)
i) Zacarías:
Reconstrucción del templo (1, 16), por obra del Espíritu de Dios (1, 16-17; 4, 6-10) y la actividad de Zorobabel (3, 8; 4, 1).
Nuevo mundo futuro, tema principal de sus visiones. Al castigo de los enemigos seguirá la restauración gloriosa.
La salvación o condenación de los pueblos paganos (9, 1-8; 14, 16-21).
El Mesías, Rey humilde, Buen Pastor, Siervo de Yavé (9, 9-10; 11, 4-17; 12, 10-13; 13, 7-9).
Guerras y victorias de Israel (9, 11; 10, 3-11; 12, 1-9; 14, 1-15).
La idolatría y los falsos pastores y profetas (10, 211; 13, 2-6).
j) Joel:
El día de Yavé en donde Israel reconocerá el castigo de Dios, se arrepentirá y florecerá de nuevo (2, 19-27). Es el día apocalíptico de Yavé (1, 15), día terrible y anticipación de una era de salvación para su pueblo (2, 18-26).
Este día exige la conversión interior y profunda (2, 12-17)
Efusión del Espíritu, que supera toda barrera de sexo, edad y clase social (3, 1-5).
k) Malaquías: aborda unos seis temas y problemas morales de su tiempo:
El amor de Dios (cap. 1, 2-5)
La justicia divina (cap. 2, 17ss)
La retribución divina (cap. 2, 17; 3, 13-21)
Las ofrendas (cap 1, 7-14)
Los matrimonios mixtos y divorcios (cap. 2, 10-16)
Los diezmos (cap. 3, 6-12)
l) Jonás: Estos son sus temas:
Jonás se niega a ir a Nínive (1)
Jonás en el vientre del pez (2)
Conversión y perdón de Nínive (3)
Jonás se enfada porque Dios perdona a Nínive (4)
m) Baruc: Sus temas son:
Una introducción que pretende fijar las circunstancias históricas (1)
Oración penitencial (1-3)
Elogio de la sabiduría (3-4)
Oráculo de restauración (4-5)

4. Contenido teológico y espiritual


Fin de estos libros proféticos: una vez más, anunciar la salvación y la venida del Mesías, y denunciar cuanto se opone a la Ley de Dios, sobre todo, las injusticias y atropellos contra los pobres y necesitados. También presentan el día del Juicio con seriedad, para que todos se conviertan y cambien de vida.
a) Amós:
Dios es pródigo en sus dones, pero justo y exigente (4, 1-13).
Hay que cumplir la Alianza.
Sólo un cambio radical de vida puede salvar a la nación.
Los pecados están en contraste con la bondad de Dios (5, 10-13; 8, 1-14).
El día de Yavhé será terrible (5, 14-24).
Habrá un resto, compuesto por justos y una restauración nacional en torno a un descendiente de David (5, 15).
b) Oseas:
Dios es fiel y misericordioso, a pesar de nuestras infidelidades. Dios viene presentado como Padre y como Esposo; pero también sabe castigar para corregir a su pueblo e invitarle a la conversión (cf. Leer 2, 18-25; 6, 1-6).
La Alianza de Dios con nosotros es un pacto de amor.
Nos invita a la esperanza, pues a pesar de nuestra infidelidad, Dios nos da una nueva oportunidad (cf. Leer 11, 1-11).
c) Miqueas:
Dios es Juez y amonesta, procesa y condena el pecado y la explotación del pueblo y de los jefes; sobre todo: la opresión de los ricos con los pobres (2, 1-11), las injusticias y falsedad de los jefes y de los falsos profetas (3, 1-12). Pero también es un Dios que siente dolor por la ingratitud del pueblo (6, 1-8).
Nos invita a la esperanza mesiánica (4, 1-5), gracias a la cual reinará la paz y la justicia. Se parece mucho en esto a Isaías en los capítulos 9 y 11.
Habla del Resto de Israel, un pequeño grupo de fieles a Yavé que restaurarán con fuerza de león la justicia divina y la prosperidad del pueblo (5, 6-8).
d) Sofonías:
Denuncia las culpas de su pueblo y de la sociedad, sintetizándolas en un único pecado: el orgullo (cf. 1, 16; 2, 10; 3, 11). De este pecado brotan los demás: idolatría, injusticias y males sociales.
El día de Yavé en Sofonías adquiere dimensión cósmica, universal.
Sólo un “Resto de Israel”, humilde y pobre, podrá salvarse, por haber buscado a Dios en la justicia y humildad, por haber puesto toda su confianza sólo en el Señor.
e) Nahúm:
El Dios que presenta Nahúm es duro, parece que ha dejado a un lado la compasión hacia el pueblo pecador. Lo presenta lleno de ira que aniquila esa ciudad opresora. Es un Dios que controla la historia y no soporta la opresión. Por eso, lanza amenazas sobre la ciudad opresora y enemiga, implorando la justicia de Dios y la realización de sus promesas.
Si sitúa en la óptica del oprimido, y ve en la justicia y la fidelidad de Dios la razón del castigo del opresor.
Dios, y no los asirios, es el Señor de la historia; él puede utilizar a las naciones para sus propios designios, y es el único que controla la historia y no soporta la opresión.
f) Habacuc:
Presenta también un Dios que debe desplegar su justicia contra la opresión.
El justo vivirá de la fe, tema que desarrollará san Pablo, y debe ir por el camino de la fidelidad y de la confianza en la bondad y justicia de Dios, que es soberano de la historia, y no hará faltar su justicia y salvación al que es justo y humilde.
g) Abdías:
Los israelitas que regresaron del exilio son ese “Resto de Israel” que construirá el nuevo culto de Yavé.
El Reino de Dios, escatológico y espiritual, no tendrá un carácter regal o de dominio, como el antiguo reino de David, sino que será un Reino basado sobre la santidad y sobre el culto.
En el Día de Yavé, serán juzgados los enemigos de Israel.
h) Ageo:
Dos temas: El Templo y la irrupción de la era escatológica.
La pobreza y las malas cosechas son el resultado del letargo espiritual en que ha caído el pueblo.
Es necesario renovar el celo de la fe, poner manos a la obra en la reconstrucción de un templo digno del Señor. Así nos bendecirá y nos salvará.
El debilitamiento de las naciones es ya un presagio del día del Señor.
Reviven las esperanzas mesiánicas centradas en Zorobabel.
i) Zacarías:
Primer Zacarías (1-8): (a) preocupación por la reconstrucción del templo y el culto. (b) La escatología: estamos en un tiempo de esperanza, de tensión, de futuro, en la seguridad de la definitiva intervención de Dios. (c) Todo esto pide conversión, en su aspecto ético, pues no basta el culto por sí solo.
Segundo Zacarías (9-14): Descripción del acontecimiento mesiánico y del mismo mesías, presentado como rey, como pastor o como siervo del Señor en la figura del traspasado.
j) Joel: Dos grandes temas:
Exhortación a la penitencia (1-2), tras dos catástrofes históricas (plaga de langostas y ejército asolador).
Anuncio escatológico del Día del Señor (3-4) en su doble dimensión de juicio para las naciones y salvación (efusión universal del espíritu, bienestar y paz) para Israel.
k) Malaquías:
Recuerda el amor de Dios, puesto en duda en circunstancias de crisis, y también su justicia y la retribución (1).
Desde el punto de vista práctico insiste en las ofrendas, matrimonios mixtos, divorcios (2).
El día del Señor y los diezmos (3).
l) Jonás:
Una llamada al universalismo de la salvación y un himno al amor de Dios y su misericordia, que quiere salvar a todos.
Nínive representa a todos los pueblos paganos y opresores de todos los tiempos. A ellos debe dirigirse Jonás y todo fiel para exhortarlos a la conversión y a ellos les concede Dios su perdón.
Recuerda también a todos los “Jonás” de este mundo, con mentalidad cerrada, que esperan la destrucción de los “malos”, que su actitud es injusta porque olvidan que Dios es misericordia y perdón. Jesús se apropia a sí mismo y a su muerte y resurrección, la situación de Jonás dentro del pez (cf. Mt 12, 40).
m) Baruc:
En la oración penitencial la comunidad litúrgica del destierro proclama que el Señor es justo, que ha sido fiel. Su pueblo, por el contrario, ha merecido el oprobio y la vergüenza por su infidelidad.
El Señor es poderoso para rescatarlos y bueno aun cuando castiga; no desoye los gemidos del oprimido que reconoce su pecado. El Señor responde mostrando en la sabiduría el verdadero camino de la paz, que él ha reservado a su pueblo.
El oráculo de restauración comienza con un lamento de Jerusalén, que se ha quedado sin hijos. El Señor la consolará, devolviéndole la alegría y el esplendor.

El profeta vive profundamente y sobre la propia piel la historia y la suerte de su pueblo, se encarna en su tiempo y como centinela lanza sus oráculos, unas veces condenando, otras consolando, pero siempre interpretando los hechos a la luz de Dios y de sus promesas.


Tercera Parte: Libros Poéticos

No podemos caminar en la vida sin oración, sin amor y sin dolor. La oración da a la vida el oxígeno; el amor, el motivo para seguir caminando; y el dolor, acrisola el amor y nos lanza a la oración.
No podían faltar estos libros poéticos en la Biblia, pues Dios es Belleza y Poesía. ¿Quién más hermoso que Dios? Él es el autor y creador de toda belleza esparcida en el mundo. Cada belleza que vemos nos debería llevar a elevar el pensamiento a Dios y a orar. Al mismo tiempo, cada belleza que vemos deberíamos amarla en Dios y por Dios. Y finalmente, muchas de esas bellezas nos causarán sufrimiento, que es la prueba del verdadero amor.
Adentrémonos a estos libros con las rodillas humildes para rezar, con el corazón limpio para amar y con las lágrimas del alma para poder ver más profundamente la hondura de la vida y comprender mejor a Dios.

Estos libros son por excelencia los libros poéticos de la Biblia. Ninguno de los tres nació como tal. Se formaron progresivamente: primero en la tradición oral, después se fueron poniendo por escrito, y son fruto, finalmente, de una laboriosa actividad de recopilación. Con los Salmos rezo, en el Cantar de los Cantares aprendo el amor y en Lamentaciones lloro mis pecados.

A) SALMOS
1. Autor y fecha

En un inicio los salmos tuvieron un autor individual, pero luego pasaron a ser propiedad de la comunidad que oraba y cantaba con ellos y los adaptaron a su situación, hasta llegar a la redacción canónica, que son 150 salmos. Hasta llegar aquí, pasaron más o menos 700 años.
La mitad de los salmos, unos 73, dicen que son de David; otros dicen, de Salomón, de Asaf, de los hijos de Coré. Pero no estamos seguros. Lo que sí podemos decir que el autor verdadero del Salterio es el Pueblo de Israel, esa Comunidad elegida que lleva en sus entrañas la promesa, la Alianza de Dios.
Fecha: desde el siglo III a.C. ya existían en su forma actual.




2. Características literarias
a) Los salmos son oraciones escritas en poesías, cánticos y poemas, porque la forma poética es más fácil hacerla canto, acompañado a veces por el instrumento musical litúrgico del tiempo: la lira.
b) La forma y el ritmo poético de la poesía bíblica no se basa ni en el número de sílabas, ni en la rima de los versos, sino en la sucesión de sílabas tónicas y de sílabas átonas. Ordinariamente los versículos están compuestos de dos miembros (dísticos) y a veces de tres (trísticos).
c) La poesía hebrea usa el paralelismo, procedimiento que consiste en enunciar un mismo pensamiento con dos frases de diversas palabras. El paralelismo puede ser sinónimo, cuando la segunda frase repite el significado de la primera; puede ser antitético, cuando la segunda frase completa la primera con el sentido contrario; y puede ser sintético, cuando la segunda frase continúa y aclara la idea de la primera.
Por ejemplo:
Paralelismo sinónimo: “Rocíame con agua y seré limpio, lávame y seré blanco como nieve” ( Salmo 51, 9).
Paralelismo antitético: “Pues conoce el Señor el camino del justo, mientras va a la perdición el camino del impío” (Salmo 1, 6).
Paralelismo sintético: “El Señor es mi luz, ¿a quién temeré? El Señor es mi alcázar, ¿de quién he de temblar?” (Salmo 27, 1).
d) Los salmos expresan los sentimientos humanos: de alegría o tristeza, esperanza o desilusión, dolor o paz, serenidad o rebeldía, etc.

3. División y contenido temático
Son 150 salmos que dividiremos así:
a) Himnos de alabanza, de la Realeza del Señor y Cánticos de Sión.
b) Salmos individuales: de súplica, de acción de gracias y de confianza
c) Salmos colectivos: de súplica, de acción de gracias y de confianza.
d) Salmos reales.
e) Salmos didácticos.

4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: el autor sagrado pretende darnos como un resumen de toda la Biblia: historia y profecía, doctrina y oración. Los salmos nos enseñan lo que hemos de pensar, sentir y querer con respecto a Dios, a los hombres y a la naturaleza, y también nos enseña la conducta que más nos conviene observar en cada circunstancia de la vida.
a) En los himnos se celebra:
la grandeza de Dios creador y salvador que obra maravillas en la historia y en la vida del pueblo 59.
la realeza de Dios, su señorío sobre el mundo y sobre su pueblo60 .
la ciudad de Jerusalén, centro del culto y de la fe del pueblo61 .
b) En los salmos individuales el hombre expresa sus sentimientos62 :
de súplica o lamentación ante situaciones adversas 63.
de perdón64 .
de acción de gracias65 .
de confianza 66.
c) En los salmos colectivos es el pueblo quien expresa sus sentimientos:
de súplica o lamentación colectiva67 .
de acción de gracias68 .
de confianza69 .
d) En los salmos reales se presenta la figura del rey como intermediario entre Dios y su pueblo. El rey es la prefiguración de Cristo como Mesías y Rey 70.
e) En los salmos didácticos tienen la función de enseñar, ya sea en el campo litúrgico71 , ya sea en las exhortaciones proféticas72 , ya sea repasando la historia del pueblo como una catequesis para la vida 73, ya sea reflexionando sobre la experiencia de vida concreta (felicidad, ley, Alianza, retribución, moral...)74 .

B) CANTAR DE LOS CANTARES
1. Autor y fecha

Tradicionalmente se pensaba que el Cantar de los Cantares fuera obra de Salomón. Sin embargo, la obra es de origen post-exílico, aunque contiene cánticos más antiguos, recopilados por un redactor.
Ya corrían en el ambiente de corte antiguas poesías de amor, cantadas en fiestas y bodas. Es más, desde Egipto entraba este tipo de literatura amorosa que los hebreos recogieron en su repertorio poético. Y fue un redactor inspirado, en el post-exilio, quien recopiló algunos cantos amorosos, les dio una unidad, movido por un fin teológico y espiritual, y siempre bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Fecha: Hacia el siglo III a.C.


2. Características literarias
a) Es una colección de cánticos de gran belleza, que tienen como tema el amor apasionado de un hombre y una mujer. Es llamado Cantar de los Cantares para significar “El Cantar más hermoso, el mejor Cantar”.
b) Está escrito en un género literario llamado “poesía alegórica”. La alegoría es una comparación larga. La comparación que hay detrás de estas páginas es ésta: así como se aman el esposo y la esposa, así Dios ama a su pueblo. El Amado es Dios y la Amada es el pueblo de Israel; y en una mirada cristiana, el Amado es Cristo y la Amada es la Iglesia; y en una lectura más universal, el Amado es Dios y la Amada es la humanidad o cada persona en particular.
c) Usa estos recursos literarios: imágenes bellas, diálogos ágiles, repetición de palabras y frases, la ironía, descripciones de los encantos físicos, piropos y momentos de dramaticidad.
d) Todo el poema está lleno de fina sensibilidad poética.
e) Diversas imágenes:
Dios es cedro, es decir, seguridad, amparo, a cuya sombra el pueblo está seguro y el alma gozosa (1,6).
Israel es la paloma que en su debilidad corre a refugiarse en las grietas, en falsos protectores (2, 13-14).

3. División y contenido temático
El tema es el amor en todas sus expresiones físicas y espirituales. Son cinco cantares y un apéndice.
a) Primer cantar: es una escena campestre en forma de diálogo amoroso entre el Amado y la Amada.
b) Segundo cantar: la Amada dormida y el Amado en vela.
c) Tercer cantar: ensoñaciones de la Amada y los piropos del Amado.
d) Cuarto cantar: ausencia del Amado y la angustiosa búsqueda de la Amada.
e) Quinto cantar: la relación de los enamorados se estrecha y la primavera anuncia la plenitud del amor.

4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: La intención del autor inspirado no se quedaba en la descripción del amor humano. Detrás de todos esos diálogos se esconde la historia de Amor entre Dios y su pueblo Israel.
a) El amor y la fidelidad de Dios. Aquí se respira el entusiasmo y la esperanza de la restauración post-exílica, cuando se esperaba una nueva unión y alianza entre Yavé y el pueblo, después de tantas crisis y dificultades. ¡Dios es Fiel! Y al mismo tiempo, el Cantar nos pone de manifiesto el amor de Dios a cada uno de nosotros.
b) Dignidad del amor humano. Detrás de este canto se esconde un himno al amor humano en todo lo que tiene de belleza y religiosidad. El amor humano procede de Dios, por lo mismo tiene que ser limpio, puro, sin egoísmos, sin intenciones torcidas.

C) LAMENTACIONES
1. Autor y fecha

Se consideró a Jeremías el autor de las Lamentaciones, pues detrás de ellas laten frases y temas de Jeremías. Pero no estamos seguros. Como en tantos libros de la Biblia, el autor de Lamentaciones ha quedado en el anonimato.
Fecha: en el siglo VI a.C. antes de la restauración (538 a.C.), como respuesta a la gran crisis que hizo tambalear los cimientos de la vida política, social y religiosa de Israel.





2. Características literarias
Usa el género de elegía o lamento. El vocabulario es como volcán, lleno de emoción y dolor.

3. División y contenido temático
Está formado por cinco cantos o elegías, en su mayoría fúnebres, con un tema central: la destrucción de Jerusalén y del templo.
a) 1 y 5: descripciones de la catástrofe.
b) 2 y 4: detalles de muerte y destrucción.
c) 3: ocupa el centro: reconocimiento de la propia culpa y afirmación de la confianza total en Dios.
También se ha dividido así:
a) 1, 2 y 4: son endechas o canciones fúnebres.
b) 3: lamentación individual.
c) 5: lamentación colectiva
4. Contenido teológico y espiritual
El autor parece preguntarse: ¿Es que ahora ha fallado el Señor? ¿No existe ya esperanza? Los profetas habían anunciado el desastre (cf. Jer 25, 9; 26, 9; 28, 14), a causa del pecado y la obstinación del pueblo (cf. Jr 22, 5). No cabe conspirar ni pedir ayuda. ¿No existe ya esperanza? Sólo cabe presentar al Señor la dolorosa realidad, aceptada como castigo, y esperar en su poder y misericordia (cf. Lm 3, 28). Pero la realidad es tan terrible que provoca el llanto. No se trata de meros desahogos sentimentales. Desde lo hondo del sufrimiento y de la angustia, saciado de sarcasmos y desprecios, el autor pone los ojos en el Señor.
El problema del dolor será siempre la piedra de escándalo de las religiones monoteístas. La confesión bíblica es sencilla y compleja a la vez: defiende siempre la bondad del Señor.
Las Lamentaciones son un canto dolorido de la fe ante la imagen del crucificado y ante los crucificados de la historia que produce nuestro pecado.

Acerquémonos a estos libros con fe, veneración, para encontrar a Dios en ellos. Nos ofrecen siempre su mensaje fresco y saludable. ¿Se puede vivir sin oración, sin amor y sin dolor? La oración con los salmos alimenta el amor y da fuerzas para sobrellevar el dolor.
______________________________
59. Cf. Salmos 8; 19, 1-7; 100; 103; 104; 105; 111; 113; 114; 117; 135; 136; 145; 148; 150
60. Cf. Salmos 29; 24; 47; 68; 29; 47; 68; 93; 96; 97; 98 y 99
61. Cf. Salmos 46; 48; 76; 84; 122 (el más famoso) y 132
62. Cf. Salmos 3; 15; 6; 7; 10; 13; 17; 22; 25; 26; 28; 31; 35; 36; 38; 42; 43; 51; 54; 55; 57; 59; 61; 63; 64; 69; 70; 86; 88; 102; 109; 120; 130; 140; 141; 142; 143
63. Cf. Salmos 88; 102; 51; 109; 25; 26; 119
64. Cf. Salmos 6; 32; 38; 51; 130 y 143
65. Cf. Salmos 9; 10; 30; 34; 40; 41; 92; 107; 116; 138
66. Cf. Salmos 4; 11; 16; 23; 27; 62; 121; 131
67. Cf. Salmos 12; 44; 58; 60; 74; 77; 79; 80; 82; 85; 90; 94; 106; 108; 123; 126; 137
68. Cf. Salmos 65; 66; 67; 118; 124
69. Cf. Salmos 115; 125; 129
70. Cf. Salmos 2; 18; 20; 21; 45; 72; 89; 101; 110; 132
71. Cf. Salmos 15; 24
72. Cf. Salmos 14; 50; 52; 53; 75; 81; 95
73. Cf. Salmos 78; 105; 106
74. Cf. 1; 19, 8-14; 37; 49; 73; 91; 112; 119; 127; 133; 139


Cuarta Parte: Libros Sapienciales

PROVERBIOS, JOB, ECLESIASTÉS, ECLESIÁSTICO, SABIDURÍA

1. Origen y fuentes de los libros sapienciales: Como en todos los pueblos, también Israel, junto a los grandes temas de la historia de salvación, el culto, la alianza, la ley...desarrolla esa riqueza de sabiduría popular de buena conducta, costumbres, reglas del buen vivir que hacían parte de la literatura del pueblo, transmitida de padres a hijos en la familia y enriquecida por la sabiduría de los pueblos vecinos, como Egipto, Mesopotamia y Canaán.
Junto a esta sabiduría popular estaba la educación y las reglas de conducta en la corte real, el arte del buen gobernar.
Estas dos corrientes literarias: los refranes populares y las normas de conducta del buen gobierno, fueron las fuentes principales para el nacimiento de los libros sapienciales bíblicos.
3. Temas de los libros sapienciales: Después del destierro, cuando los sabios y el pueblo reflexionan sobre su historia, surgen los grandes temas de Job o Eclesiastés, en que el hombre se pone frente a los problemas de la vida, de la muerte, del sufrimiento de los buenos, la retribución del bien y el castigo para el mal, y busca dar un significado y una respuesta desde la fe en Dios.
4. Fin de los libros sapienciales: Los libros sapienciales son una profunda reflexión del hombre que iluminado por la fe en Dios, trata de dar una respuesta a todos los problemas de la vida humana: amor, dolor, muerte, gobierno, etc.
5. Autores de los libros sapienciales: Salomón fue siempre para Israel el sabio por excelencia y por eso la mayoría de estos libros fueron atribuidos a Él. Pero sólo las dos colecciones de Proverbios, capítulos 10-22 y 25-29 pueden atribuirse al período de la Monarquía. El resto de libros sapienciales son de la época después del destierro (538 a.C), obra de varios sabios que recopilaron las varias colecciones de sabiduría cortesana y popular, añadiendo de lo propio, y las atribuyeron a Salomón para dar a sus libros mayor autoridad y para asegurar que eran inspirados por Dios.
6. Los sabios: eran personas que viven y enseñan normas de conducta para bien vivir, y se cuestionan sobre los problemas que asechan la vida del hombre. En la corte eran los sabios quienes aconsejaban sobre el buen gobierno. Después del destierro, cuando desaparecieron los profetas, la dirección espiritual del pueblo corría a cargo de estos sabios.
7. La sabiduría: el concepto de sabiduría fue poco a poco purificándose con los años. En un inicio, sabio era quien tuviera oficio fijo75 ; el consejero del rey76 , la anciana astuta77 . Pero más tarde, sabio era quien cumplía con la religión78 . Sabio también era el que tenía destreza o habilidad manual79 , el que sabía interpretar los sueños 80, el que sabía salir de apuros 81, el que sabía gobernar y administrar82 o el que tenía ciencia83 . Por tanto, podemos resumir el concepto de sabio como aquel que posee saber teórico y saber práctico. Teórico, porque conoce la Sabiduría y la enseña; práctico, porque la vive con rectitud moral y virtud.
8. Género literario sapiencial: todos estos libros usan dos géneros literarios: el proverbio y la poesía. Así es más fácil memorizar. El proverbio o refrán es una fórmula sencilla, compuesta frecuentemente de dos versículos, con un paralelismo de ideas o de palabras

La Sabiduría bíblica pretende aclarar, a la luz de la Alianza del Señor con su pueblo, determinados problemas que van surgiendo en la reflexión religiosa y filosófica de Israel: el destino del hombre, el sentido de su vida, el del sufrimiento, de la muerte, la retribución y, en algunos momentos, el de la trascendencia de la misma vida del hombre. Los sabios fundamentan sus reflexiones en la experiencia de cada día, en la perspectiva de la historia de Israel y, a veces, en reflexiones de otros sabios contemporáneos de dentro y fuera de Israel.

A) PROVERBIOS
1. Autor y fecha



Se atribuye al rey Salomón. Pero, como dijimos ya en otra ocasión, fue recopilación de varios autores sabios de la corte. Podemos datar la recopilación definitiva hacia el 300-200 a.C.










2. Características literarias
a) Es el libro más antiguo de la literatura sapiencial. Se presenta como una colección de dichos, máximas, enseñanzas, en forma poética, para inducir al hombre a seguir el camino del bien, de la sabiduría, y alejarse del mal. Por tanto, su intención es didáctica.
b)Son sentencias de carácter humano, profano, no religioso, a primera vista temas extraños a los temas de la historia de la salvación.
c)Son sentencias que responden a una aguda observación de la realidad y se expresan con brevedad.
d)La concisión, el ritmo y la rima facilitan la memorización.
e)Se utiliza el paralelismo: el antitético (cf. Prov 13, 9.22; 15, 29); el sinonímico (cf. Prov 21, 14; 29, 22); el progresivo (Prov 10, 26; 20, 11.20).
f)Uso de la etopeya, o descripción del carácter, rasgos o costumbres de un tipo (cf. Prov 7, 10-21; 23, 29-35).
3. División y contenido temático
Se divide en siete secciones:
a) 1-9: proverbios de Salomón.
b) 10, 1-22, 16: proverbios de Salomón (sentencias sobre la vida).
c) 22, 17-24, 22: sentencias de los sabios.
d) 24, 23-34: otras sentencias de los sabios.
e) 25-29: otros proverbios de Salomón.
f) 30: palabras de Agur.
g) 31: palabras de Lemuel.
4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: trazar un tratado de felicidad para los diversos ámbitos de nuestra vida. Esta felicidad pasa por la honestidad de vida y por el respeto a Dios.
Los temas abordados en el libro de los Proverbios son múltiples y variados, pues abarcan prácticamente todos los ámbitos, situaciones y circunstancias de la vida humana. Demos algunas claves de lectura.
a) Según los sabios de Israel, existe un orden fundamental oculto en el universo, una especie de norma racional. El descubrimiento de esta norma capacitaba a los sabios para asegurar sus existencia, actuando en armonía con el orden cósmico. De lo contrario, el caos, latente y continuamente amenazador podría enseñorearse del cosmos y de la vida social. Este orden es obra de Dios. Y el sabio debe rastrear hasta encontrar a este Dios.
b) Para los sabios la vida era el bien supremo, tanto más querido cuanto que para ellos nada existía más allá de la tumba. Así se entiende la teoría de los dos caminos: el que nos lleva a una vida en plenitud o el que nos conduce a un final prematuro. Los que caminan durante su vida por el primero, son sabios; los que prefieren el segundo, son necios. No hay término medio. El camino del bien está marcado por la obediencia a los padres, el autocontrol de la lengua y de las pasiones, la generosidad. El camino del mal lleva a la destrucción y está marcado por el adulterio, la embriaguez, la pereza, la charlatanería, la injusticia e insolidaridad, la mentira.
c) Estos sabios proponían la sabiduría, basada en el temor del Señor. Sabiduría entendida como reverencia, respeto y amor hacia Dios. En este libro de los Proverbios esta sabiduría está personificada84 , es una creatura de Dios, la primera de sus creaturas. Sólo cuando el hombre se desposa con ella puede sentirse feliz y caminar sin miedo en la vida.

B) JOB

Kierkegaard, filósofo existencialista moderno, nos dice de este libro: “En todo el Antiguo Testamento no hay una figura a la que uno se acerque con tanta confianza, franqueza y alivio como a Job, porque en él todo es tan humano. Nadie en el mundo ha expresado como él la pasión del dolor”.
1. Autor y fecha
El autor del libro recoge un antiguo cuento, pero desarrolla una profunda reflexión sobre el sufrimiento del justo y el premio de Dios. Dicho autor vivió después del destierro, y escribió el libro alrededor de los años 500-450 a.C.




2. Características literarias
a) A pesar de la variedad y aparente dispersión, el conjunto aparece armonioso y bien logrado: prólogo y epílogo reproducen una antigua y popular narración oriental, ambientada en un contexto patriarcal.
b) Utiliza el diálogo85 en una especie de escenificación dramática que permite confrontar argumentos y hacer avanzar las posiciones.
c) En el libro de Job encontramos también himnos, máximas, sátiras, comparaciones, listas y enumeraciones, controversias judiciales, maldiciones, invectivas, confesiones, etc.
d) El estilo es poético, rico y variado.
3. División y contenido temático
El tema del libro es el misterio del sufrimiento del justo y el premio de Dios.
a) 1-2: Prólogo con la narración popular del santo Job
b) 3-27: tres series de diálogos donde sus amigos repiten las ideas tradicionales: Dios premia al bueno y castiga al malo. Pero Job se defiende y prueba que también los buenos sufren y se pone en las manos de Dios.
c) 28-37: Discurso del joven Elihú, que defiende la justicia de Dios, pero siguiendo las ideas tradicionales. Explica que Dios castiga a veces a quien hace el bien, porque lo hace con soberbia. Job sería uno de ellos. Job no protesta, acoge la llamada a la humildad, pero Job no era soberbio. Entonces, ¿por qué Dios lo castigó?
d) 38-42, 6: Teofanía. Entra en escena el mismo Dios para dar su respuesta. Le pone ante la vista su infinita sabiduría y su omnipotencia y le recuerda a Job su pequeñez e incapacidad para entender y juzgar la actuación de Dios creador y sabio. El verdadero sentido del dolor del justo sólo se encuentra en Dios.
e) 42, 7-17: Epílogo. Yavé le bendice con bienes y vida feliz.
4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: demostrar que el sufrimiento de los justos tienen su sentido a los ojos de Dios y que Dios sabe sacar un bien de ese sufrimiento.
a) Dios: El autor demuestra que las explicaciones tradicionales sobre la retribución no eran exactas86 : el sufrimiento no siempre es un castigo de Dios por una mala conducta; hay muchas malas personas que andan felices y llenas de bienes. Dios puede tener sus designios misteriosos, más allá de una pura justicia distributiva. Dios es Dios y no se deja encasillar en moldes humanos.
b) Hombre: La enseñanza fundamental es esta: la sabiduría de Dios sobrepasa de largo la limitación del hombre; y nosotros, tan pequeños y frágiles, no tenemos el derecho de juzgar la acción de Dios, aún cuando parece que el sufrimiento nos agobia y no entendemos el porqué de muchas cosas en la vida. Los esfuerzos inútiles de los amigos de Job en explicar su mala suerte son el tentativo, inútil, del hombre para explicar un misterio que descansa sólo en la mente infinita, buena y sabia de Dios. La única actitud justa es la de Job: abandonarse confiado en la sabiduría de Yavé. A Job sólo le queda el consuelo de aferrarse a su inocencia, mientras va alumbrando la esperanza de un “redentor” que rescate su vida y ponga de manifiesto su inocencia. Job es todo un ejemplo y modelo de fe, de confianza, de paciencia y fuerza de voluntad, para quien sufre. No obstante, ¿puede el hombre declararse totalmente inocente frente a Dios?
c) Se vislumbra el sentido profundo del dolor y del sufrimiento: el dolor como medio de revelación divina87 , con valor medicinal y curativo, al tiempo que combate el orgullo del hombre.

C) ECLESIASTÉS O QOELET

1. Autor y fecha
Eclesiastés es la traducción castellana de la palabra hebrea “Qoelet”. Las dos palabras designan al autor del libro. Eclesiastés quiere decir “Predicador, maestro, el que dirige una asamblea”.
Su verdadero autor es un maestro desconocido que vivió entre los años 300-200 a.C.






2. Características literarias
a) El tema tratado, si bien es originario en su manera de desarrollo, tiene influjos de la literatura egipcia (“Diálogo de un desesperado con su alma” y el “Canto del arpista”) y mesopotámica (“Teodicea babilónica”) o a determinadas corrientes filosóficas griegas (estoicas, epicúreas y cínicas).
b) Hay sensación de un cierto desorden en los temas. Va repitiendo durante todo el libro los mismos temas.
c) Recurre a la reflexión, en tono coloquial, salpicada con citas de máximas tradicionales, que el autor rebate o distorsiona hábilmente, avanzando siempre por contrastes.
3. División y contenido temático
El libro es una reflexión filosófica sobre la vida y sus aspectos más problemáticos. El libro no es sistemático, por tanto, no podemos sacar un esquema del mismo.
4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: mostrar el valor de la vida humana y el camino para adquirir la felicidad y la sabiduría.
a) Dios: ¿Qué lugar ocupa Dios en el complejo y sombrío panorama de las reflexiones de Qohélet? El autor del libro es creyente y hace continuas referencias a Dios (32 veces en 12 capítulos). Pero no es el Dios de las grandes tradiciones históricas y proféticas del Antiguo Testamento , ni el de Job o el resto de los libros sapienciales. El Dios de Qohélet es, ante todo, creador y juez. Desde esa clave el autor nos habla de las obras de Dios, inaccesibles a los hombres; de su gobierno del tiempo y de la eternidad, que el hombre no logra desentrañar; de su juicio sobre las acciones de los hombres, aunque sin perspectiva trascendente; y de los sencillos bienes que otorga, según su libre voluntad, como recompensa. Podemos añadir que en este libro falta una visión cristiana de la vida, del dolor, del placer. No obstante, el libro cierra las puertas a la esperanza de falsos paraísos en la tierra. No llega ciertamente a vislumbrar la verdad de un reino en la eternidad feliz, con Dios, pero en su desencanto radical se ve ya la premisa necesaria al camino de la revelación del Nuevo Testamento: “No tenemos aquí morada permanente, sino que vamos en busca de la futura” (Heb 13, 14). Presenta a Dios como aquel que determina todo lo que acontece y es insondable, hasta el punto que el hombre no alcanza a conocer lo que Dios ha establecido. El libro termina con una invitación: “Después de todo lo dicho, teme a Dios y observa los mandamientos, porque Dios va a tomar cuenta de todas nuestras acciones y conocerá todo lo que está oculto, sea bueno o malo” (Qohélet 12, 13-14).
b) Hombre: nada puede hacer feliz al hombre en la tierra. La única felicidad que le queda es contentarse con gozar moderadamente, frenando las ambiciones, no desear más, sin medida, a costa de la propia tranquilidad o a costa de los otros, y que tendrá que dar cuenta a Dios del uso de su ambición.
c) El diagnóstico de las realidades humanas es pesimista y desalentador: el hombre no logra en nada provecho o felicidad, porque todo es vanidad, vacío, absurdo. Muy distinto al panorama que presentó la literatura griega. La doctrina de la retribución queda en entredicho, como sucedía en algunas páginas del libro de Job. Pero esto hay que verlo dentro de la progresiva revelación de Dios al hombre, que en Jesucristo tendrá su plenitud. Por eso, este honesto inconformista, Qohélet, es una voz más en esa genial polifonía de la revelación bíblica.

D) ECLESIÁSTICO O SIRÁCIDES
1. Autor y fecha

El nombre “Eclesiástico” expresa el uso continuo que se le daba en las asambleas cultuales de los primeros siglos cristianos. El título original hebreo es “Las palabras de Simeón Ben Sirá”; de ahí viene el otro nombre que se da al libro: “Sirácides”.
Es el único libro del Antiguo Testamento que lleva la firma de su autor: Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirác. Sirác fue escriba y maestro, hombre culto y acomodado. El libro fue escrito alrededor de los años 180-170 a.C. , en hebreo. El nieto de Sirác lo tradujo en griego.


2. Características literarias
a) El estilo es repetitivo, pero es capaz de mitigar la monotonía de la versificación moralizante con la combinación de lo lírico y lo didáctico.
b) Usa del aforismo proverbial o devocional.
c) Se ha notado el influjo de la civilización griega, sobre todo, a la hora de invitar a la virtud y a los valores humanos.
3. División y contenido temático
El tema es claro: cómo tener una conducta moral y correcta, en las diversas circunstancias de la vida personal, familiar y social.
a) 1-42: Elogio de la sabiduría.
b) 43-51: Sabia actuación de Yavé a través de los grandes personajes del Antiguo Testamento.
4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: enseñar la sabiduría, es decir, las reglas para hallar la felicidad en la vida de amistad con Dios. De ahí que se le ha llamado “tratado de ética a lo divino”, es decir, expuesto no en forma sistemática y racional, sino con esa pedagogía sobrenatural.
a) Dios: el autor, Ben Sira, recalca el monoteísmo: El Señor es el único y solo Dios. De Él procede el bien; el destino del hombre está en sus manos. Dios es justo e imparcial: a los buenos les da cosas buenas; a los malos, malas (Eclo 39, 25). Ben Sirá enseña que esta justa retribución opera en el más acá, pues no cree, a simple vista, en un más allá. Es un Dios que todavía no se abre al universalismo de la salvación, como quedó evidenciado en el profeta Jonás.
b) Hombre: es un ser libre y adquiere la sabiduría mediante el esfuerzo. Puede elegir entre el bien y el mal; de ahí que la responsabilidad de cara al mal no puede ser atribuida a Dios. Este hombre lleva en sí el pesimismo y el optimismo. Por una parte, el pesimismo, pues fue creado del polvo y al polvo ha de volver (Eclo 33, 10; 17, 1; 40, 11); su vida es breve e inevitablemente termina en la triste existencia, en el Seol. Por otra, el optimismo, pues el hombre fue hecho a imagen de Dios; a él se le concedió el dominio sobre los animales y aves (Eclo 17, 3-4); fue equipado de inteligencia y destreza (Eclo 17, 7; 38, 6).

E) SABIDURÍA
1. Autor y fecha

Este libro se titulaba “Sabiduría de Salomón”. Pero en verdad el autor es desconocido. Se trata de un judío piadoso de lengua griega, muy conocedor sea de las tradiciones y de las Escrituras, como también de la filosofía y cultura griega. Sus continuas referencias a Egipto parecen sugerir que pertenecía a la comunidad judía de la Diáspora en Alejandría.
Se escribió en griego, hacia la mitad del primer siglo a.C. Es, pues, el último libro del Antiguo Testamento. Con él nos situamos prácticamente en los umbrales del tiempo de Jesucristo y en plena época de difusión de la lengua y la cultura griegas88 .




2. Características literarias
a) Influjo de la literatura griega: multiplicación de sinónimos, rebuscada adjetivación, aliteraciones, rimas, juegos de palabras y construcciones muy elaboradas.
b) Recurso al contraste, al paralelismo, comentario midrásico, alusiones e imágenes del Antiguo Testamento.
c) Desarrollo progresivo de ideas.
3. División y contenido temático
a) 1-5: Relación entre sabiduría y justicia: La suerte de los justos e injustos.
b) 6-9: excelencia de la Sabiduría.
c) 10-19: La Sabiduría en la historia de su pueblo.
4. Contenido teológico y espiritual
Fin del libro: El autor intentó robustecer la fe de sus hermanos alejandrinos que vivían en medio de paganos y estaban en peligro de abandonar su fe, deslumbrados por el brillo de las nuevas ideas de Grecia, que ofrecían sabiduría y salvación sin Dios. Por eso, el autor meditó profundamente en la Escritura, la ley y los profetas.
a) Dios: el autor trata de sintetizar dos pensamientos: el antropocentrismo de los griegos y el teocentrismo de Israel. Demuestra que la sabiduría del Dios verdadero es superior a la sabiduría y filosofía griega. En el libro de la Sabiduría, Dios es también Providencia (6, 7; 14, 3; 17, 2).
b) Hombre: este hombre adquirirá la sabiduría, si practica las virtudes cardinales 89 (8,7). El autor insiste mucho en el tema “justicia”, considerada en sus tres significados bíblicos: justicia en cuanto virtud que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde, defendiendo, sobre todo, la causa del humilde, del inocente y del oprimido; justicia en cuanto compendio de actitudes agradables a Dios (equivale a bondad, rectitud, honradez y fidelidad); y justicia en cuanto fuerza o acción mediante la que Dios nos salva y nos libera de cualquier tipo de mal.
c) Sabiduría: presenta la Sabiduría, no como virtud de orden práctico como la presentaba Proverbios ni como concepto general y antihumanista de la vida, como lo describía Eclesiastés, sino como el verdadero secreto revelado amorosamente por Dios. Esta Sabiduría aparece dotada de personalidad y atributos divinos, como si fuese ya el reflejo del lo que será el Verbo eterno del Padre, Verdadera Sabiduría, Jesucristo, que había de encarnarse por obra del Espíritu Santo para revelarse a los hombres. Esta Sabiduría es ciencia sabrosa; nadie la querrá mientras no la guste, porque ni puede amarse lo que no se conoce, ni tampoco se puede dejar de amar aquello que se conoce como soberanamente amable. Esta Sabiduría nos hace sentir la suavidad de Dios, nos da el deseo de su amor que nos lleva a buscarlo apasionadamente, como el que descubre un tesoro escondido. La moral es la ciencia de lo que debemos hacer; la sabiduría es el arte de hacerlo sin esfuerzo y con gusto, como todo el que obra impelido por el amor90 . Esta Sabiduría lleva a la humildad, pues el que la experimenta, comprende bien que, si se libró del pecado, no fue por méritos propios, sino por virtud de la Palabra divina que le conquistó el corazón. Esta sabiduría la adquiriremos leyendo y saboreando las Sagradas Escrituras, pues ellas nos llevan a Cristo, la Suprema Sabiduría del Padre91 .
d) Verdades eternas: Sólo el libro de la Sabiduría, con su afirmación de la resurrección de los justos y, sobre todo, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el Justo sufriente, proyectará sobre el problema una luz definitiva. El problema del sufrimiento del justo se resuelve a la luz de la inmortalidad personal (Sab 3-4). El justo sufriente obtendrá la inmortalidad. El triunfo del mal sobre el bien en esta vida desaparece ante la perspectiva del juicio definitivo de Dios92 .

El mismo Kempis nos dice cómo este sabor de Dios, que la sabiduría proporciona, excede a todo deleite (cf. III, 34), y cómo las propias Palabras de Cristo tienen un maná escondido y exceden a las palabras de todos los santos. ¿Podrá alguien decir luego que es una ociosidad estudiar y saborear así estos secretos de la Biblia?
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75. Cf. Ex 28, 3; 3, 12; 3-5; 36, 1; Jr 9, 17
76. Cf. Jer 50, 35
77. Cf. 2 Sam 20, 16
78. Cf. Prov 1, 7; Eclo 1, 9-10
79. Cf. Ex 28, 3; 31, 3-6
80. Cf. Gn 41, 38; Dan 2, 48
81. Cf. 2 Sam 13, 5
82. Cf. Deut 34, 9; 1 Re 5, 10
83. Cf. 1 Re 5, 10-14
84. Es una prefiguración de Cristo, la Sabiduría del Padre. Ahora bien, Cristo no es una creatura, es Dios mismo, hecho hombre.
85. Ya el diálogo era muy utilizado en la literatura griega (Platón y los trágicos), egipcia y mesopotámica.
86. Estas eran las explicaciones tradicionales al dolor y sufrimiento: la maldad, faltas de inadvertencia o ignorancia. Por tanto, quien hizo el mal las paga ya desde acá. Este libro de Job viene a deshacer esos argumentos.
87. Sería bueno leer la exhortación del Papa Juan Pablo II “Salvifici doloris” del 11 de febrero de 1984.
88. Al margen de su influjo negativo, la cultura griega también aportó importantes novedades al judaísmo: universalizó la Biblia (traducida al griego de la versión de los 70) y abrió el pensamiento judío a las ideas griegas, provocando un diálogo enriquecedor que más tarde se extendería al Nuevo Testamento y a la Iglesia. Uno de los mejores frutos de este diálogo es el libro de la Sabiduría. En él las ideas platónicas de la inmortalidad del alma contribuyen decisivamente a perfilar la doctrina de la resurrección y a solucionar así uno de los grandes problemas de la corriente sapiencial: la recompensa o retribución de la conducta humana.
89. Es decir: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
90. Leáse, a este respecto, el capítulo 5 del tercer libro de la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis:“Maravillosos efectos del amor divino”.
91. Hago mías las palabras de san Jerónimo: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.
92. En Sabiduría se desploma la concepción tradicional que decía que el destino del hombre después de la muerte era igual para todos: una existencia pálida en el “Sheol”, sin contacto con Dios; que los premios y castigos quedaban limitados a este mundo: vida larga, familia numerosa, riquezas y prestigio del justo, desgracias para el malvado. Pero las duras realidades de la vida probaban lo contrario: Job y Eclesiastés habían propuesto algunas soluciones. Algunos salmos expresaban la esperanza de una vida junto a Dios más allá de la tumba (cf. 16, 9ss; 49, 16; 73, 23-24). Sabiduría sintetiza y desarrolla estos y otros textos y afirma decididamente que el premio consiste en vivir junto a Dios, replantea el problema del sufrimiento del justo y ofrece una explicación, desde una nueva concepción de vida eterna en Dios



Quinta Parte: Elías y Eliseo: El ermitaño y el agricultor

Tras la muerte de Salomón, en el 931 antes de Cristo, el reino de los judíos se encuentra dividido: las diez tribus del norte eligen el camino de la secesión y fundan un reino con capital en Samaria (reino de Israel), mientras al sur queda el reino de Judá, con capital en Jerusalén. A mediados del siglo IX a.C., a la cabeza del reino de Israel hallamos a Ajab, guerrero que no conoce el miedo, político astuto y hábil. Pero su punto débil es su mujer, Jezabel, de origen fenicio. Jezabel tiene un notable ascendiente sobre su marido e intenta influir en su política, pero donde su palabra es decisiva es en materia religiosa: se difunde el culto a Baal, quienes siguen al Dios verdadero son perseguidos y se abre camino una confusa mezcolanza de las dos religiones. Además, se le dedica a la divinidad pagana un templo en Samaria, cuyo personal es contratado por la corte. Elías es el hombre enviado por Dios para poner fin a todo esto. Su estilo de vida es ascético, de eremita. Está acostumbrado a la vida del desierto y a las privaciones. Los siervos de Ocozías, sucesor de Ajab, lo describen como un hombre peludo, con una faja de cuero ceñida a la cintura - un aspecto y un atuendo que recuerdan a los del Bautista, el precursor de Cristo -. La iconografía tradicional le describe cubierto de pieles o bien vestido con el hábito carmelita (capa blanca sobre túnica parda).
Elías es un profeta: su actividad, sus palabras y su misión encarnan el profetismo judío. Esto queda claro hasta en el significado de su nombre: «mi Dios es JHWH». La tarea que le ha sido asignada es la de restaurar la tradición, poner fin al sincretismo y acabar con los falsos ídolos. Sólo hay dos caminos: Yahvé o Baal, y el único justo es el primero, no existen medias tintas. Por afirmar la verdad, está decidido a jugarse el todo por el todo y afrontar los peligros que vengan. El carisma de Elías es claro y potente: el profeta es el heraldo de Dios, un enviado extraordinario. «Lo que el profeta dice por su misión, es un dictado divino: el que envía habla por boca del enviado, éste sustituye a aquel, y ambos, el que envía y el enviado, son en la práctica lo mismo. Incluso como individuo, el profeta vive en una relación tan íntima con Dios que se despoja de su personalidad: Dios y su misión le han subyugado hasta el punto de que lleva a cabo acciones que el común de los hombres considera indecorosas e inconvenientes», explica el abad Ricciotti (Storia d’Israele, p. 305).

La sequía y la prueba
Cuando Elías irrumpe en la historia del Antiguo Testamento, los profetas de Yahvé eran perseguidos y dispersados, hasta verse reducidos a apenas un centenar (por “profetas” en el Antiguo Testamento se conoce también a los judíos que vivían en comunidades bajo la guía de una figura carismática llamada “padre”), un número cinco veces menor que el de los servidores de Baal. La situación era intolerable: Elías anuncia el castigo divino, la sequía (1Re 17,1). Y en el año 857 la tierra comienza a desecarse. Por indicación del Señor, Elías se establece junto al torrente Kerit, y los cuervos le llevan pan por la mañana y carne por la tarde. Pero, al poco tiempo, el torrente se seca y el profeta se dirige a Sarepta, cerca de Sidón, donde encuentra cobijo en casa de una viuda muy pobre. Aquel poco de harina y aceite que la mujer puede ofrecerle no se agotan nunca y todos quedan saciados. El hijo de la viuda se pone enfermo, muere y Elías lo resucita (la primera resurrección de la Biblia). Un año más tarde, el rey Ajab cede, forzado por la sequía que continúa inexorable. Manda buscar a Elías y acepta la confrontación. La cita es en el monte Carmelo, donde Ajab reúne a los 450 sacerdotes de Baal y al único profeta de Yahvé que queda, el propio Elías. Es la hora de la verdad. Y la propuesta de Elías es ésta: «Que nos den dos novillos; vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero» (1Re 18, 23-24). Lo que sucede a continuación no deja salida a los adoradores de la divinidad pagana: «El Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja» (1Re 18, 38). Los profetas de Baal son muertos y llega finalmente la lluvia para poner fin a la sequía.

Sobre el monte Horeb, una experiencia
Pero no hay descanso para Elías. Jezabel está furiosa por la muerte de sus profetas y amenaza de muerte al profeta de Yahvé. La Escritura añade un toque de humanidad: Elías, el hombre que ha tenido el coraje de desafiar al rey, ahora está asustado y huye. Llega a Berseba de Judá. El desaliento se apodera de él y quiere morir: «Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres» (1Re 19,4). Pero el Ángel del Señor viene en su auxilio con agua y alimento. Reconfortado, Elías reemprende el camino y, tras una marcha de 40 días y 40 noches (los mismos 40 días, la misma duración de la permanencia de Moisés en la “montaña del Señor”, un periodo de tiempo que encontraremos también en los Evangelios), llega a Horeb, el monte de la revelación de Dios a Moisés. También Elías se encontró con Dios, si bien de una forma diversa. Los signos que lo anuncian son impresionantes: un viento tan fuerte que rompía los peñascos, un terremoto, fuego. Pero en ninguno de estos elementos estaba Dios, que prefiere manifestarse como una brisa suave, símbolo de su naturaleza espiritual. El profeta se duele por las culpas de su pueblo y el Señor le invita a realizar nuevas misiones en Damasco.

Delito y castigo divino
Elías, el profeta del regreso a la tradición y de la lucha contra el sincretismo es también el profeta de la justicia. Lo revela el episodio que se refiere a Nabot, el dueño de una viña que Ajab quiere conseguir. Ante la negativa de Nabot a cedérsela, entra en escena la malvada Jezabel que lo acusa injustamente y lo manda matar. Entonces Ajab se dispone a apoderarse de la viña, pero se topa con Elías quien hace frente al rey abiertamente, le echa en cara el delito y le anuncia el castigo divino. La vida de Elías llega a su fin. En las afueras de Jericó, a orillas del Jordán, Elías golpea las aguas con su manto y se dividen para dejarle pasar «a pie enjuto». Mientras conversa con su discípulo Eliseo «los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: “¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel”. Y ya no lo vio más» (2Re 2, 11-12). Así, como sucede con Moisés, no existe la tumba de Elías. El profeta Malaquías anuncia su retorno como precursor del Mesías. Con frecuencia aparecen en el Evangelio referencias que ponen en relación a Elías con Jesús, y sobre el monte de la Transfiguración el profeta aparece cerca del Mesías.

Eliseo, el discípulo
Eliseo es un agricultor del valle del Jordán. Parece ser que acomodado, ya que araba los campos con doce yuntas de bueyes. Es llamado por el profeta Elías precisamente mientras estaba arando. El profeta le echa encima su manto y el agricultor se convierte en su discípulo y será su sucesor. La llamada no deja espacio a las dudas ni a las inseguridades: «“Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo”. Elías contestó: “Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?” Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de los bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio».
Eliseo vive en los últimos años del reinado de Ajab y muere bajo Joás. Asiste a la marcha al cielo de Elías sobre el carro de fuego y enseguida ocupa su lugar. Mientras pasan entre las aguas del Jordán, Elías le pregunta a su discípulo qué puede hacer por él antes de ser «arrebatado de su lado». Eliseo repuso:«“Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu» (2Re 2,9). Le pide la parte que le corresponde al primogénito.
Cuando el profeta marcha sobre el carro de fuego, cae por tierra su manto, signo del poder conferido por Dios. Eliseo lo recoge enseguida y se dirige al Jordán. «Recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo en la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua, diciendo: “¿Dónde está el Dios de Elías, dónde?”. Golpeó el agua, el agua se dividió por medio y Eliseo cruzó. Habiéndolo visto la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijeron: “El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo”» (2Re 2, 14-15). La iconografía lo pinta como un hombre calvo, con el hábito de los carmelitas, una vasija de aceite o un hacha como atributos; con frecuencia lleva apoyada en la espalda una columna bicéfala que simboliza los dos tercios del espíritu heredados de Elías. Eliseo escoge un estilo de vida distinto del de Elías. De las Escrituras no se deduce que su atuendo fuera austero, ni que buscase lugares solitarios para vivir como un eremita. Eliseo prefiere los lugares habitados, frecuenta las corporaciones de profetas, y es seguido por un criado, Guejazí, pero, igual que su maestro, durante un periodo de tiempo vive en el monte Carmelo.

Grandes prodigios
Pero lo que distingue a Eliseo es la gran cantidad de prodigios que nos narran las Escrituras. Como cuando acude en ayuda de una viuda que suplica a Eliseo porque está agobiada por los acreedores. El profeta le dice que pida prestadas el mayor número posible de vasijas vacías, las cuales, milagrosamente, se van llenando con el poco aceite que la viuda poseía. Cuando las vasijas están llenas, Eliseo le ordena: «Anda y vende el aceite y paga a tu acreedor, y tú y tus hijos viviréis de lo restante» (2Re 4,7). Otra mujer, una sunamita, que se lamentaba por no tener hijos, da a luz un niño al cabo de un año, como había predicho Eliseo. El niño, al poco tiempo, enferma y muere. Eliseo interviene por segunda vez: «El niño muerto estaba acostado en su lecho. Entró y cerró la puerta tras de ambos, y oró a Yahvé. Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor. Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos. Eliseo llamó a Guejazí y le dijo: “Llama a la sunamita”. La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: “Toma tu hijo”. Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo» (2Re 4, 32-37). Su fama como curandero se difunde y sana también a Naamán, el jefe del ejército del rey de Aram, que está enfermo de lepra. Sus prodigios se realizan bajo la insignia de la caridad y la solidaridad: como el acaecido durante la guerra que habían emprendido Joram, rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, cuando alimenta con los veinte panes de cebada y grano contenidos en una alforja a los cien hambrientos de las famosas zanjas donde apagaron la sed hombres y animales. Eliseo contrae la enfermedad que le llevaría a la muerte. El rey Joás acude junto a él. El profeta le garantiza la victoria sobre el enemigo de Damasco. «Eliseo le dijo: “Toma un arco y flechas”. Él se hizo con un arco y flechas. Dijo al rey de Israel: “Pon tu mano sobre el arco”; puso su mano. Entonces Eliseo colocó sus manos sobre las manos del rey y dijo: “Abre la ventana hacia Oriente”. Él la abrió. Dijo Eliseo: “¡Tira!”. Él tiró. Dijo Eliseo: “Flecha de victoria de Yahvé, flecha de victoria contra Aram. Batirás a Aram en Afeq hasta el exterminio”. Añadió: “Toma las flechas”. Él las tomó. Eliseo dijo al rey: “Hiere la tierra”. La hirió tres veces y se detuvo. El hombre de Dios se irritó contre él y le dijo: “Tenías que haber herido cinco o seis veces y entonces hubieras batido a Aram hasta el exterminio, pero ahora lo batirás sólo tres veces”. Eliseo murió y le sepultaron. Las bandas de Moab hacían incursiones todos los años. Estaban unos sepultando un hombre cuando vieron la banda y, arrojando al hombre en el sepulcro de Eliseo, se fueron. Tocó el hombre los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie» (2Re 13,15-21). Fue el último milagro de Eliseo.


Sexta Parte: ISAÍAS: Dios es todo

Ès el profeta de la fe y de la santidad de Dios. De la profecía mesiánica y del genio poético. No elabora doctrinas: en él todo es absoluto, perentorio, sin posibilidad de equívoco: las cualidades intelectuales, políticas y morales de los hombres no valen nada. Sólo Dios, guía suprema de los acontecimientos humanos, es todo.
Nadie como él ha arremetido tan violentamente contra la hipocresía y las vanidades humanas. Nadie como él ha intuido y descrito antes la experiencia de la elección del Señor, entregándonos la expresión “santo resto de Israel”. A pesar de la traición, el castigo de Dios no llegará hasta el abandono completo de la humanidad: entre el pueblo es elegido un “resto”, al que salvará y que será testigo de su obra.
Justamente a este hombre se le ha concedido, ocho siglos antes de la Encarnación, profetizar el nacimiento de Jesucristo de una Virgen.
Avanzando por las admirables páginas de su Libro se reconstruye el rostro de un escritor bíblico que, aun sin poseer la capacidad de introspección psicológica de Jeremías, por su potencia expresiva ha sido definido por el teólogo Alonso Schökel “el Dante de la literatura hebraica”, cuyo mensaje en cierto sentido está sintetizado en su nombre, homólogo al de Jesús: Isaías, es decir “Yahveh salva”. Isaías es el primero entre los teólogos de Israel cuyo nombre conocemos.
De Isaías se ha escrito: «Lo ha previsto todo, lo ha dicho todo, lo ha escrito todo» (J. Vermeylen).

Un aristócrata que llama de “tú” al rey
«Visión que Isaías, hijo de Amós, vio tocante a Judá y Jerusalén en tiempos de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá» (Is 1,1).
Al comienzo de los 66 capítulos del Libro de Isaías encontramos pocas pero suficientes informaciones para situarlo en un tiempo y un espacio precisos: los últimos cuarenta años del siglo VIII a.C. (740-700). Su vocación profética tuvo comienzo «en el año en que murió el rey Osías», es decir, en el 739 a.C.
Isaías nació en Jerusalén, la capital del reino de Judá. Tuvo una mujer, profetisa también ella. Dos hijos: “Un resto volverá” y “Veloz Saqueo” (o Rápido Botín), nombres simbólicos que anuncian cuál será la suerte del pueblo: para los impíos el juicio y la destrucción, para el “resto elegido” la conversión y la salvación.
Isaías era cultísimo. Conocía uno a uno, por ejemplo, los nombres de las plantas y de los árboles de su tierra. Y la fauna. Y las tradiciones religiosas de su pueblo.
De noble linaje, trataba al rey de “tú”, y era admitido en su presencia cuando lo deseaba. Incluso cuando el monarca se encontraba fuera de palacio, lo mandaba llamar. Su predicación no parece haber encontrado la oposición que encontró la de los profetas Amós y Jeremías. En resumidas cuentas, podía hablar sin tapujos en cualquier lugar.
Su predicación tuvo lugar en Jerusalén, en una época especialmente atormentada de la historia de los reinos de Israel y de Judá. Es el momento en el que son protagonistas sobre la escena política dos “superpotencias”: Asiria y Egipto, que libran una batalla por la hegemonía en Oriente Medio. Como corolario, algunos pequeños estados que, para sobrevivir, se ponen a favor de uno u otro coloso. Mientras que Israel se alinea inmediatamente con Egipto en contra de Asiria, el reino de Judá busca, mientras le es posible, mantenerse alejado del campo de tiro, también gracias a su situación geográfica.
Isaías asistió a la conquista de Asia occidental por parte de los grandes generales asirios Tiglat-Pileser III (745-727), Salmanasar V (726-722), Sargón II (721-705) y Senaquerib (705-681). Fue testigo de la caída a manos de los asirios de Damasco, de Samaria, de A dod y de gran parte de las ciudades de Judá: durante cuarenta años la voz de Isaías resonó solemne entre su pueblo.

En defensa de los hombres, contra los hipócritas
Para trazar las coordenadas que posibiliten comprender la obra profética de Isaías es necesario señalar al menos cuatro momentos principales: el primero va desde el año 740 al 736: son los años de mayor prosperidad de Judá, porque las guerras tienen lugar fuera de sus fronteras y las ciudades del pequeño reino, sobre todo su capital, Jerusalén, pueden prosperar.
La riqueza, sin embargo, fomenta la injusticia social y el formalismo religioso y cultural: Isaías, entonces, comunica violentamente al pueblo la indignación del Señor con respecto a las clases altas y pudientes de los potentados y de los comerciantes, que no se preocupan de los estratos humildes de la población, formada por campesinos y pastores, protegidos por la ley mosaica.
El Libro de Isaías, en este sentido, resulta apasionante ya desde los primeros versos del primer capítulo (1,10-20): «¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? - dice Yahveh -. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones (...) no sigáis trayendo oblación vana (...) Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar(...) Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo (...) Aprended a obrar bien, buscar la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda».
«Nunca se subrayará bastante el interés de Isaías por la ley divina», escribe el biblista G. Von Rad. «Esto aparece ya desde el uso de los términos “justicia” y “derecho”, que tienen una función central en la predicación de Isaías (..) Es la actitud de la sociedad hacia esta ley lo que establece si su relación con Dios va por buen camino; y esto explica por qué sus predicaciones están llenas de referencias a Jerusalén, en la que hay jueces irresponsables (...) A sus ojos la ley divina es la mayor bendición salvífica».

Dios en el centro del cosmos y de la historia
Una sublime concepción de Dios sostiene toda la enseñanza de Isaías. Dios es el verdadero dirigente de la historia: a él rinden homenaje las fuerzas de la naturaleza y las naciones de la tierra. Nada puede oponerse a su voluntad.
Yahveh estimula a Siria y a los filisteos para que devoren a Israel: «Yahveh ha dado ventaja a su adversario, Rasón, y azuzó a sus enemigos: Aram por delante y los filisteos por detrás, devoraron a Israel a boca llena» (Is 9, 10-11). El hombre desaparece en el polvo frente a Dios: es débil, insuficiente y corrupto. Solo un soplo que pasa: «Desentendeos del hombre», dice Isaías, «en cuya nariz sólo hay aliento» (Is 2,22).
El gran profeta lleva a cabo una obra sistemática de desengaño: los designios humanos que se oponen al plan divino no se realizan, no se mantienen. No en vano todos los reyes de Judá, a los que él trata inútilmente de poner en guardia, no logran jamás realizar sus propios planes políticos. El hecho es que los hombres no comprenden los designios divinos porque en la realización del plan de Dios existen tiempos y demoras, la historia madura las decisiones celestes al igual que el tiempo madura las plantas, del mismo modo que crece el cuerpo humano. Pero el hombre no sabe esperar el momento de Dios: «¡Ay, los que despertando por la mañana andan tras el licor; los que trasnochan encandilados por el vino! (...) y no contemplan la obra de Yahveh, no ven la acción de sus manos» (Is 5,11-12).
Yahveh mantiene una relación especial con Israel, al que ha elegido como su pueblo entre todas las naciones. De la boca de Isaías salen las definiciones del Señor con relación a Israel: “Poderoso de Israel”, “su luz”, “la roca”. Una y otra vez es el solícito viñador, el padre del pueblo, el amigo, el marido que denuncia la infidelidad de la esposa. Y sobre todo es el “Santo de Israel”, es decir, el trascendente, el incomprensible y que, sin embargo, entra en relación íntima con el pueblo que ha elegido. Precisamente en esta relación se inserta una nota característica de la teología de Isaías, según la cual Yahveh gobierna el curso de los acontecimientos históricos y los dirige hacia el término fijado por él: «Porque como en el monte Perasim surgirá Yahveh (...) para hacer su acción, su extraña acción, y para trabajar su trabajo, su exótico trabajo (...) ¿Acaso cada día ara el arador para sembrar, abre y rompe el terreno? Luego que ha igualado su superficie, ¿no esparce la neguilla, y desparrama el comino, y pone trigo, cebada y espelta, cada cosa en su tablar? Quien le enseña esta usanza, quien le instruye es Dios (...) También esto de Yahveh Sebaot ha salido: trazar un plan maravilloso, llevar a un gran acierto» (Is 28, 21.24-26.29).
Hay una fase preliminar del plan de Dios: es el juicio contra los pecados de los individuos, del pueblo de Israel y de todas las naciones paganas.
¿Qué es el pecado en la teología de Isaías? Es la expresión del orgullo humano que tiene diversas formas: la indiferencia hacia la religión: «¡Ay de aquellos que llaman al mal bien y al bien mal, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas». La vanidad de las mujeres: «Dice Yahveh: “Por cuanto son altivas las hijas de Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos, y andan a pasitos menudos, y con sus pies hacen tintinear las ajorcas”, rapará el Señor el cráneo de las hijas de Sión» (Is 3,16-17). La presunción y la cobardía de los intelectuales no son sino manifestaciones de desprecio hacia el Señor. Pero el castigo divino no se hace esperar: los pecados personales son golpeados con castigos individuales como la pobreza, el hambre, la sed. El estado en cambio es condenado a la anarquía, a la devastación y a la desolación del país, a la invasión enemiga, al asedio y al abandono de Jerusalén.

El Mesías
Gracias a su fe, el santo resto participará en la salvación concebida escatológicamente como un reino de justicia, de paz, de libertad y de luz: el reino de Dios, profetiza Isaías, será instaurado por el futuro rey ideal de la dinastía de David y piedra angular sobre la que se yergue el edificio divino: «He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará» (Is 28,16). El rey que venga estará dotado con las virtudes espléndidas del poder, de la sabiduría y de la fortaleza. Isaías anuncia al Mesías a Ajaz precisamente dentro de su palacio. Es el momento en el que el profeta trata de disuadir al soberano de pedir ayuda a los asirios, y le insta a volver a poner la confianza sólo en Yahveh: «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo» (Is 7,14-16).
A pesar de las distintas interpretaciones de la identidad del Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”, la interpretación cristiana tradicional, favorecida por la versión griega que traduce “joven mujer” por “virgen”, reconoce en el niño al Mesías. San Mateo reconoce en el texto el anuncio del nacimiento prodigioso de Cristo de María virgen y madre.
La grandeza de Isaías coincide por tanto con la promesa de un Mesías. Con anterioridad a él existía una confianza genérica en la dinastía de David, objeto de antiguas promesas. Isaías en cambio da un nombre concreto a tal espera: anuncia al Salvador. El de Isaías es un mesianismo nuevo y creador, que, aun perteneciendo al Antiguo Testamento, encuentra su cumplimiento final en el Nuevo.
El texto del santo resto es retomado por san Pablo en la Carta a los Romanos, a propósito del pequeño grupo de judíos que acepta la fe cristiana. Como el pasaje relativo al pueblo obstinado, que es citado por cinco veces en el Nuevo Testamento en Mateo y Juan. Pero seguramente el más conmovedor es la profecía sobre Emmanuel que se cumple en el nacimiento virginal de Cristo en el evangelio de Mateo. La profecía «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes que se encontraban en tinieblas resplandeció una luz» encuentra su realización cuando Jesús comienza su predicación en Galilea. También “la piedra de escándalo” y “la piedra angular” anunciadas por Isaías se refieren a Cristo. En el evangelio de Lucas leemos: «En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”» (Lc 4,16-21).
El mesianismo de Isaías es un mesianismo personal: el Mesías es una persona histórica precisa cuyo nacimiento describe como un signo divino. «La espera del Mesías, presente en toda la obra de Isaías», escribe P. Aubray, «contribuye a expresar esta confianza serena que, a pesar de la severidad de muchos oráculos, permanece como la nota dominante de toda su predicación».



Septima Parte: JEREMÍAS: Más allá de toda esperanza

Vivió en la época del legislador ateniense Solón, pero con frecuencia se le ha comparado con Catón, el fustigador de las costumbres romanas, o con la mítica Casandra de la Ilíada, que predecía la destrucción de Troya, pero a quien nunca se tomó en serio. Durante años y años no dejó de condenar la degeneración moral y religiosa del pueblo de Israel, anunciando las más terribles catástrofes, pero sin ser escuchado. Además fue acusado de traición, se mofaron de él, fue arrestado, apaleado, torturado e incluso condenado a muerte. Un verdadero chivo expiatorio de una nación ciega. Por eso Jeremías fue visto con frecuencia como una prefiguración de Cristo: no sólo habla en nombre de Dios y predice el futuro, sino que su misma vida tiene valor profético. Igual que hará Jesús, Jeremías profetiza la destrucción del Templo, llora sobre las futuras ruinas de Jerusalén, condena la conducta de los sacerdotes, no es comprendido por sus paisanos y es humillado y condenado a muerte. Jeremías se define como «un cordero manso llevado al matadero» (11,19), casi encarna el Cordero de Dios profetizado por Isaías (Isaías 53,7). Después de Jeremías, el justo que sufre injustamente, el pueblo judío ya no podrá justificar su pretensión de establecer un vínculo mecánico entre el comportamiento humano y la retribución divina. Nadie podrá sorprenderse, en definitiva, de que el Mesías sea una figura sufriente, y no un soberano triunfante. La propia vida de Jeremías preparará la aceptación de la amargura de la Cruz y de la gloria de la resurrección.

Catástrofes y renacimiento
Pero la condena del pecado y sus profecías de catástrofes están siempre ligadas a un mensaje de esperanza, a la perspectiva de un renacimiento, al retorno del exilio babilónico; también Cristo para afirmar la victoria sobre la muerte tendrá primero que pasar a través de la Cruz.
Para comprender la figura de Jeremías es indispensable encuadrar el periodo histórico en el que vivió el profeta (ver también ficha cronológica). Entre los siglos VII y VI a.C. Oriente Medio se ve agitado por una serie de conflictos sin precedentes, una “tormenta en el desierto” que involucra a egipcios, sirios, caldeos, medas e incluso a los escitas del Mar Negro. Al final, después de una alianza, los caldeos (capital Babilonia) y los medas (capital Ecbatana) se reparten el control de la región. Palestina en aquellos tiempos se convierte en tierra de paso para los ejércitos extranjeros, soportando primero una breve ocupación egipcia y después la del babilonio Nabucodonosor, que sofocará varias revueltas (desencadenadas con frecuencia por cuestiones de carácter fiscal), destruirá el Templo de Jerusalén y deportará a los judíos a Babilonia.

Son años de batallas perdidas para el pueblo de Israel, de divisiones políticas internas, de destrucción moral del pueblo y de los sacerdotes, insensibles a los intentos de reforma religiosa y cada vez más atraídos por creencias supersticiosas.
Las diferentes tendencias políticas destacan por su absoluta falta de realismo: los fanáticos religiosos del partido de Sión creen ciegamente que el Templo es un talismán invencible e indestructible, que preservará siempre a Jerusalén (tesis ya sostenida por Isaías); el partido de la guerra piensa sólo en organizar acciones terroristas contra los babilonios, exponiendo a la población civil a duras represalias; el partido del Nilo mira a los egipcios como a posibles liberadores del yugo babilonio. En este contexto de incertidumbres y temores, defraudado incluso por los propios líderes religiosos, el pueblo olvida a Yahveh, no respeta ya el sábado, se confía cada vez más a los ídolos, a Baal, a los falsos profetas que pretenden conocer el futuro por medio de los sueños, evocando a los espíritus o con artes mágicas (Cf. Jeremías 27,9). Los Reyes no respetan la norma bíblica que impone después de siete años la liberación de los esclavos. Algunos incluso inmolan niños como sacrificios humanos a los ídolos.

La pérdida de la memoria histórica
Este es el cuadro dramático en el que se desarrolla la predicación de Jeremías, el profeta bíblico del que mejor conocemos su biografía. Hijo del sacerdote Jilquías, nació en Anatot, a cinco kilómetros al noreste de Jerusalén (la fecha es difícil de establecer) y es llamado aún joven a desempeñar su misión profética, tal vez en el año 626, durante el reinado del reformador Josías con el cual parece que tenía una buena relación (22,16). Jeremías es tan joven que le pide al Señor que le permita llevar una vida normal, que le libere de la tarea de fustigar al pueblo de Israel por haber traicionado al Dios de Moisés dedicándose a una religión vacía y formal y de profetizar una invasión de extranjeros «llegados del norte», que deportarán a los judíos y destruirán el Templo de Salomón. Los temores de Jeremías son comprensibles: afirmar que el Templo será destruido era algo inconcebible, ya que parecía negar la promesa de eterna fidelidad hecha por Dios a Abraham y a Moisés. Jeremías llega incluso a maldecir el día en que nació, pero Dios le conforta prometiéndole que estará siempre a su lado: «Si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. (...) Yo te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte» (Jeremías 15,19-20). La vida de Jeremías se convierte entonces en un signo: renuncia incluso a casarse porque no quiere traer hijos al mundo que matarán en la guerra o morirán de hambre (cf. 16,4).
Jeremías ve en la catástrofe de su pueblo una necesidad moral, una consecuencia inevitable de la culpa de todo un pueblo que ha perdido su memoria histórica. Los judíos, confiando ciegamente en la Alianza garantizada por el Señor y en el Arca custodiada en el Templo, se sentían seguros y pensaban que podían permitirse cualquier pecado: ¡en cualquier caso el Señor estaba con ellos! Habiendo abandonado el yugo del Señor, dice en cambio Jeremías, el pueblo elegido caerá bajo el yugo del extranjero. El profeta establece por tanto un nexo causal entre culpa y castigo. Pero la tarea que le ha confiado Dios no es sólo destructiva: «Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar» (1,10). Por tanto, también reconstruir y plantar. Pero primero hay que extirpar. De ahí la dureza extrema de los discursos de Jeremías, la repetición obsesiva de un único motivo, durante capítulos y capítulos, antes de llegar a anunciar la futura liberación, el retorno a la patria y el renacimiento que, en cualquier caso, los ojos del profeta no verán.

Fuego que quema
En el año 609 Josías es asesinado y el faraón Necao II coloca en el trono de Judá a Yoyaquím, hijo de Josías. Profetizar una victoria babilonia en ese momento parece una locura y Jeremías no se atreve mucho a abrir la boca. Pero una fuerza incontenible le impulsa a hablar. «En mi corazón hay como un fuego que me quema, encerrado en mis huesos: intento contenerlo, pero no lo consigo». Se pone delante de la puerta del templo y proclama a todos los que entran: «No os fiéis de quien sigue diciendo: “Estamos protegidos, tenemos el templo del Señor”. Os engañan» (C.f. 7,4). No basta ofrecer sacrificios al Templo si después se adora a los ídolos, se roba y se mata. No basta la fe sin las obras. Ya en su pequeño Anatot el profeta soportó amenazas de muerte. Cosas peores le suceden ahora en Jerusalén. Primero traman una campaña de difamación contra él (18,18), después sufrirá torturas y vejaciones de todo tipo y al final será condenado a muerte.
Por lo que respecta al poder, Jeremías carece totalmente de condescendencia. Es más, no pierde ocasión de provocar. El profeta se muestra inflexible tanto hacia los sacerdotes como hacia los soberanos. Al rey Yoyaquím le reprocha sin ambigüedad la ambición que le ha impulsado a construirse un gran palacio obligando a los súbditos a trabajar gratis. Cuando se le prohibe el acceso al templo, Jeremías empieza a dictar a su secretario Baruc mensajes terribles sobre la inminente invasión de los babilonios (36). Baruc va al templo a leerlos, pero el rey Yoyaquím pide que le traigan los royos y los quema. Después ordena el arresto de Jeremías y de Baruc que, sin embargo, se escapan. Jeremías manda escribir de nuevo esas profecías y anuncia: «El entierro de un borrico será el suyo: arrastradlo y tiradlo fuera de las puertas de Jerusalén» (C.f. 22,19).


Esto sucederá así y cuando sube al trono su sucesor, Joaquín, el profeta lo define inmediatamente como «un fracasado en la vida» (22,30), para predecir después la deportación del rey y de su madre a un país extranjero: de hecho, en sólo tres meses, las tropas de Nabucodonosor conquistan las murallas de Jerusalén y deportan al rey y a los jefes del pueblo a Babilonia en el año 597. Jeremías no tiene mejor opinión del nuevo rey, Sedecías, al cual enseguida le reserva la visión profética de las dos cestas dejadas delante del Templo (24): una llena de higos de primera cosecha, que recuerdan a los hijos predilectos, deportados a Babilonia, pero que merecen la ayuda del Señor para poder volver a su patria; y la otra cesta llena de higos marchitos incomestibles destinados como el rey Sedecías y sus ministros a ser eliminados.

Más destrucciones
Cuando Nabucodonosor declara una nueva guerra a Israel, Sedecías le pide a Jeremías que consulte al Señor para que realice un prodigio y aleje al enemigo. Como respuesta Jeremías anuncia la destrucción de Jerusalén y un largo periodo de esclavitud: «Será reducida toda esta tierra a pura desolación y servirán estas gentes al rey de Babilonia setenta años» (25,11). Jeremías además invita a los judíos a rendirse: «El que salga y caiga en manos de los caldeos que os cercan, vivirá, y eso saldrá ganando» (C.f. 21,9 y 38,2). Es suficiente para considerar al profeta un traidor, incluso tal vez, un colaboracionista. En realidad Jeremías, cuando afirma la necesidad de aceptar la dominación babilonia no lo hace sólo por realismo político: está convencido de que el verdadero señorío sobre el mundo es el ejercido por Dios, a cuyo misterioso designio hay que someterse incluso cuando reserva duras pruebas a sus hijos predilectos. Sin embargo, el poder no está dispuesto a dejarse poner en cuestión: el jefe de la guardia del Templo, Pasjur, manda azotar a Jeremías y le deja durante un día y una noche encadenado cerca de la Puerta Alta de Benjamín. Al día siguiente Jeremías, nada indulgente, profetiza la deportación de Pasjur y su muerte en Babilonia, «y la de todos tus allegados a quienes has profetizado en falso» (20,6). En definitiva nada consigue plegar al profeta. Su fuerza moral proviene de una convicción superior y de cuanto el Señor le ha garantizado: que no morirá en manos de sus enemigos (39,17-18). Jeremías está tranquilo incluso cuando los sacerdotes y los falsos profetas piden su condena a muerte. En efecto, parte de la muchedumbre está de su parte y puede contar con la protección de un importante señor, Ajicam (26,24).

La madera y el hierro
Es significativa la controversia que Jeremías sostiene en el templo con el profeta Ananías (28), que encarna una posición demagógica y utópica. En el año 593 el rey Sedecías se había entrevistado con los embajadores de los países vecinos para proyectar una eventual rebelión contra Babilonia. Jeremías, con uno de sus gestos provocadores, se presentó con un fardo de madera a la espalda. Y predicaba que sólo aceptando el yugo de Babilonia se habría podido permanecer en la tierra de Judá. Ananías, en cambio, profetiza la vuelta «en dos años» de la élite judía prisionera en Babilonia y para hacerse comprender coge el fardo de Jeremías y lo rompe. La respuesta de Jeremías, acusado de predecir falsamente, es durísima: no sólo anuncia que Nabucodonosor sustituirá el fardo de madera por uno de hierro, sino que profetiza la muerte de Ananías antes de un año, «porque has empujado al pueblo a rebelarse contra el Señor». Y Ananías, en efecto, muere.
En la vigilia del nuevo asedio babilonio de Jerusalén, Jeremías sorprende a todos diciendo que compren el campo de un pariente suyo, en su natal Anatot y le da a Baruc el contrato para que lo ponga a salvo enterrándolo en una vasija de barro. Es un signo de la confianza en el Señor, de invitación a la esperanza, con la seguridad de que Jerusalén será tomado, pero la vida no acabará y que, en el futuro, las tierras devastadas y abandonadas serán de nuevo cultivadas y habitadas por el pueblo elegido (32). Pero cuando Jeremías quiere ir a ver ese campo es detenido por la guardia en una puerta de la ciudad. Le acusan de querer pasar al lado de los babilonios (37,14) y lo meten en la cárcel. Algunos dignatarios van al rey Sedecías y le dicen: «Hágase morir a ese hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño» (38,4). Meten en el fondo de una cisterna fangosa a Jeremías y su suerte parece marcada, pero un alto funcionario etíope (¡un extranjero!) se pone de su parte y convence al rey (que empezaba a alimentar algunas dudas sobre su propio destino) de que lo saque de allí y lo meta en una celda. Después los babilonios conquistan Jerusalén, prenden a Sedecías y lo deportan encadenado.

Liberado de la cárcel
Antes de incendiar el Templo y el palacio real, Nabucodonosor ordena al comandante general babilonio Nabuzaradán que libere a Jeremías de la cárcel y le ofrece protección y regalos (según una dudosa tradición referida en el segundo libro de los Macabeos, 2, 1-12, Jeremías habría aprovechado enseguida la benevolencia del soberano babilonio para realizar una tarea de enorme importancia: poner a salvo el Arca de la Alianza, escondiéndola en una caverna del Monte Nevo donde Dios mismo hará que la encuentren, al final de los tiempos). Nabuzaradán ofrece al profeta incluso la posibilidad de un exilio de lujo: «Desde hoy te suelto las esposas de tus muñecas. Si te parece bien venirte conmigo a Babilonia, vente y yo miraré por ti. Pero si te parece mal venirte conmigo a Babilonia, déjalo. Mira, tienes toda la tierra por delante; adonde mejor y más cómodo te parezca ir, vete» (40,4). Eso hará Jeremías: permanecerá en la viña devastada de Yahveh, un país a merced de soldados y de bandas armadas. Pero cuando, para escapar de los soldados babilonios, una banda de fanáticos escapa a Egipto, obligarán por la fuerza a Jeremías a seguirles, a pesar de que él había tratado de disuadirles de partir pronunciando una de sus acostumbradas y terribles profecías. Taparle la boca es imposible: también en Egipto seguirá profetizando desventuras y muerte para el resto del pueblo de Israel aunque no será más tierno con Babilonia, objeto de otras feroces invectivas. Después, ya no se tienen más noticias ciertas de Jeremías. Según Tertuliano, que escribe ocho siglos después, en Egipto el profeta habría encontrado el martirio, lapidado por sus compatriotas. Pero mientras tanto, durante el cautiverio de Babilonia, la mejor parte del pueblo de Judá había seguido leyendo con avidez sus profecías. Sobre todo las relativas al retorno a la Tierra prometida, la prueba de que Dios no había abandonado a su pueblo y no traicionaría las promesas hechas a Abraham y Moisés. Las cartas en las que Jeremías recomendaba a los exiliados trabajar y casarse, llevando una vida normal también en el exilio, se convertirían en un paradigma para los judíos de la Diáspora hasta nuestros días.
De esta forma la fama de Jeremías creció durante siglos al mismo tiempo que se confirmaba cada una de sus profecías con el establecimiento de la «nueva alianza» entre Dios y su pueblo (31,31-34), con el creciente sentido de culpabilidad del pueblo judío. Cuando Jesús preguntó a sus discípulos quién decía la gente que era él, le respondieron: «Algunos dicen que Juan el Bautista; otros, que el profeta Elías, otros, que Jeremías...».

Octava Parte: EZEQUIEL: El irreductible testarudo

Ezequiel en hebreo significa “Dios es fuerte” o aquel a quien “Dios ha hecho fuerte”. Esa fuerza fue para Ezequiel realmente valiosa, pues vivió en un periodo histórico en el que para el pueblo judío la humillación del exilio se sumaba a una gran confusión en la fe. Era casi coetáneo de Jeremías pero, a diferencia del gran profeta que había tratado en vano de convencer a Jerusalén para que se rindiera a Nabucodonosor, Ezequiel formó parte de la primera deportación: en el año 597 a. C., cuando el rey caldeo llegó a la tierra de Judá para sofocar la primera rebelión, él entró en la lista de los deportados. Con las manos atadas a la espalda afrontó la travesía del desierto hasta llegar a la tierra donde realizaría su misión profética: Babilonia. Él mismo, que era muy excéntrico en su forma de expresarse y de profetizar, pero muy preciso dando cuentas fielmente de todo lo que le sucedía, nos informa del tiempo y del lugar de su asentamiento: desde el año 593 vivía en una localidad llamada Tel- Abib, a orillas del río Quebar, a las puertas de Babilonia.

Rostro de pedernal
Podemos deducir cómo era Ezequiel por algunos eficaces apuntes autobiográficos que él mismo nos ha dejado. El Señor le dijo: «Mira: hago tu rostro tan duro como el de ellos (el de los israelitas; ndr) y tu cabeza terca como la de ellos. Como un diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza». Tan duro que soportó sin dar ninguna muestra de dolor la muerte de su mujer, «el encanto de sus ojos». En definitiva, un irreductible testarudo, capaz de las acciones más incomprensibles con tal de llamar la atención hacia los mensajes de su Señor. Hacía cosas realmente extrañas, como cuando para expiar las culpas de los reinos de Israel y de Judá, estuvo durante 190 días tumbado sobre su costado izquierdo y 40 sobre el derecho. Para evitar la tentación de moverse se encadenó. Imaginémonos la reacción de los deportados cuando veían a este profeta obstinarse en esa extraña posición y además comer, por orden de Dios, «una hogaza de cebada que cocerás sobre excrementos humanos delante de sus ojos».

Golpe mortal
¿Qué quería comunicar Ezequiel a su terco pueblo? La misma noticia que Jeremías, desde dentro de los muros de Jerusalén, trataba en vano de hacer comprender al débil monarca Sedecías, vasallo de Nabucodonosor, pero “egipcianizante” como toda la nomenclatura que dirigía las filas de los judíos que se habían quedado en su patria. Y la noticia era que Jerusalén caería y el Templo, «cueva de ladrones» según Jeremías, lugar de «abominaciones» para Ezequiel, sería destruido. Los dos profetas gritan en vano: saben que la ira de Dios ya no se vuelve atrás y que no es posible corregir el tiro. Sólo se puede asumir una actitud política: comprender que ha sucedido lo irremediable y que sólo es posible ahorrarle al pueblo una humillación demasiado dura y evitar derramar demasiada «sangre inocente». Jerusalén, asediada por Nabucodonosor, resiste y cree que puede ser liberada con la intervención de los egipcios, sus nuevos aliados. Pero esto no llega a suceder. Como escribe Ezequiel, Yavhé «había roto el brazo del faraón» y ese brazo no será sanado «de forma que pueda empuñar la espada». Para Jerusalén es un golpe mortal. Las últimas semanas de asedio son trágicas, como refieren las dolorosas crónicas de las Lamentaciones. Después, en el mes de junio del año 586, los caldeos consiguen abrir una brecha en la muralla dando fin al sitio de la ciudad.
Ezequiel, a miles de kilómetros, había relatado con sus visiones la crónica a su pueblo incrédulo. Habiéndolo dejado Dios mudo, siguió dando a conocer sus revelaciones grabándolas en tablas de arcilla. «El año noveno (de la deportación; ndr), el día décimo del décimo mes, me vino esta palabra del Señor: “Hijo de Adán, apunta la fecha de hoy, de hoy mismo. El rey de Babilonia hoy mismo ha atacado Jerusalén» (Ez 24,1). A continuación, Ezequiel, que seguía mudo, con sus maneras un poco extravagantes pero eficaces para hacer comprender a las duras cervices de Israel, tomando una olla puso dentro carne, «encendió el fuego» y al final mostró a su pueblo una olla herrumbrosa: esa es Jerusalén. «Por tu infame inmundicia, porque intenté limpiarte y no quedaste limpia de tu inmundicia» (Ez 24,13). Pasados tres años, escribe: «El año duodécimo de nuestra deportación, el día cinco del mes décimo, se me presentó un evadido de Jerusalén y me dio esta noticia: “Han destruido la ciudad”». Y desde ese momento se le soltó la lengua que tenía pegada al paladar. El profeta podía volver a hablar.

Agarrado por la melena
Pero ¿de qué culpa estaba manchada Jerusalén para que Jeremías y Ezequiel pensaran que el castigo era inevitable? En el capítulo 8, el profeta exiliado cuenta que un día fue agarrado por la melena, elevado entre cielo y tierra y llevado «en éxtasis a Jerusalén». ¿Qué vio Ezequiel? Una montaña de abominaciones en el Templo, «unos veinticinco hombres, de espaldas al templo y mirando hacia el oriente que, postrados, adoraban al sol». Y los ancianos del pueblo, encerrados en sus camarines, adorando a sus ídolos; y las mujeres llorando a Tamuz. En definitiva, la gran culpa es el sincretismo religioso, el haber dado la espalda al único Señor. Por eso la destrucción es inevitable.
Pero después de caer en lo profundo del abismo, comienza para el profeta la obra más grande, la de la reconstrucción de su pueblo. «Yo seré para ellos el santuario», escribe Ezequiel impresionado por la postración que lee en los rostros que le rodean. Dios le ha anunciado que quedará un pequeño resto de Israel «que se pondrá a salvo... Vendrán a vosotros para que veáis su conducta y sus obras y os consoléis del mal que os he enviado... os consolarán con su conducta». Como reconstruye en una bellísima página de su Historia de Israel el abad Giuseppe Ricciotti, Ezequiel establece con tenacidad relaciones entre las colonias de los deportados realizando visitas personales, mantiene contacto con sus compatriotas de Palestina y exhorta a la observancia de todos los preceptos, empezando por la circuncisión. El respeto del Sábado se convierte en un signo distintivo de los deportados, que lo consideraban un día nefasto; se respetan las grandes fiestas empezando por la Pascua. El profeta es testigo de una nueva fidelidad. Escribe Ricciotti: «La tenacidad en la observancia de todas estas prácticas es de la máxima importancia, porque demuestra una doble reacción de los deportados: no sólo la reacción contra los deportadores, sino también otra, más profunda y sutil, contra sí mismos. Era en definitiva la “penitencia”, es decir, el estado de ánimo que en hebreo se llama shubh, “retorno”».

Legislador minucioso
Ezequiel, al que el Señor había ya llamado «centinela», se convierte ahora en un «signo de contradicción». «El profeta enfático - escribe Ricciotti - se transforma y se convierte en un organizador metódico, el legislador minucioso, el primero de los “escribas” yavistas». En los capítulos 40-48 de su libro, en el «año vigésimoquinto de la deportación», Ezequiel empieza a anotar, con un ímpetu irresistible, todas las disposiciones precisas que el Señor le ha entregado para reconstruir Israel. En su visión, la realeza está al servicio del Templo. Y el Templo es reconstruido respetando plenamente su tremenda sacralidad. Como ha escrito Paolo Sacchi, uno de los mayores conocedores italianos de la historia judía, Ezequiel eximió a la casa reinante de la tarea de abrir la descendencia hacia el Mesías: «De antepasado del Mesías, David se convierte en figura del Mesías». Respecto a la legislación planteada por el Deuteronomio, Ezequiel impone un viraje rigorista, hasta el punto de que por mucho tiempo se le ha considerado en conflicto con la Torah, por lo que algunos lo querían excluir del Canon. Fue necesaria la paciencia de un gran rabino, Hanania bel-Hizqiyyahu, que después de haber consumido 300 lámparas de aceite en vigilias de estudio, demostró que la legislación de Ezequiel era coherente con la Torah. «Ezequiel no reniega de ella, sino que sobrepone otro plano de ingeniería más elaborado; en efecto, quiere que la nueva nación quede garantizada más rigurosamente por la nueva legislación», escribe Ricciotti.

Yahveh está allí
En su ímpetu de reconstrucción, Ezequiel concluye el libro proponiendo incluso cambiar de nombre a Jerusalén: «Desde entonces la ciudad se llamará “Yaveh está allí”».
Él no volverá a ver la ciudad. Con toda probabilidad, murió deportado, sin tener tiempo de vivir la época del retorno cuando en el 537 Ciro liberó Babilonia y una caravana de israelitas se puso en camino para volver a la tierra de Canaán. El exilio había terminado y el Señor confirmaba a ese pequeño resto la promesa hecha al profeta: «No volveré a ocultarles mi rostro... Cargarán con su ignominia y su deslealtad contra mí cuando habiten en su tierra seguros, sin sobresaltos» (Ez 39, 26-29).

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