lunes, 3 de mayo de 2010

Unidad 1: EL HOMBRE ES CAPAZ DE DIOS

EL DESEO DE DIOS
1 El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (GS 19,1).
2 De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).
3 Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
4 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).

LAS VIAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS
5 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.
6 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rom 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo...interroga a todas estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no sujeto a cambio?" (serm. 241,2).
7 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más que en Dios.
8 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A., s.th. 1,2,3).
9 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.

EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGUN LA IGLESIA
10 "La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026; Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26).
11 Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:
A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani Generis": DS 3875).
12 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1).

¿COMO HABLAR DE DIOS?
13 Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.
14 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.
15 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
16 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
17 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás de A., s. gent. 1,30).

CATECISMO DE LA IGLESIA

Unidad 1: EL SENTIDO RELIGIOSO


CAPITULO PRIMERO: PRIMERA PREMISA: REALISMO
La experiencia religiosa es el dato más difundido de hecho en la actividad humana. La pregunta que lo resume es: ¿Qué sentido tiene todo?
El realismo exige que el método viene impuesto por el objeto, ya que el realismo es obediencia a la realidad. Para la experiencia religiosa debo re­flexionar sobre mí mismo, pues es algo que yo observo en mí. Luego podré con­frontarlo con otros para su valoración. La experiencia es sacar algo, emitir un juicio de lo que se prueba. No es probar todo lo que se nos presenta, sino que la experiencia implica la inteli­gencia del sentido de las cosas, es una valoración en base a un criterio.
El criterio para confrontarnos con las cosas es la experiencia elemental: un conjunto de exigencias y de evidencias con las que afrontamos todo lo que existe, que son originarias, pues nacemos con ellas. En la Biblia se llama el corazón. ¿Cómo no ser subjetivo en este juicio particular de uno respecto a los demás? Hay dos caminos: el ser anarquista, no estar atado a nada, o religioso. El pri­mero olvida un factor de la realidad: que antes no estaba, que es dado. El re­ligioso acepta este dato de la realidad, que no se ha dado a sí mismo. La na­turaleza del hombre es relación con el infinito: el anarquista se afirma a sí mismo hasta el infinito, y el religioso acepta el infinito como significado de sí. Capaneo era un gigante encadenado en el infierno, en la Divina Comedia de Dante, y desde allí maldecía a Dios por tenerlo prisionero. Pero ante esa ac­titud anárquica, es mucho más grande y verdadero amar al infinito, es decir, abrazar la realidad y el ser, que afirmarse uno mismo frente a cual­quier realidad.
La exigencia de bondad, de justicia, de verdad, de felicidad, constituyen el rostro último, la energía profunda con que los hombres de todos los tiempos y de todas las razas se acercan a todo. Esta experiencia elemental es sustan­cialmente igual en todos los hombres, pasados y futuros. Para ser adultos debemos entonces afrontar todo con la experiencia elemen­tal, no con la mentalidad común, dominada por el Poder. Perforar las imágenes inducidas por el clima cultural donde estamos, tomar nuestras evidencias origi­narias y nuestras exigencias y con ellas juzgar cada propuesta, es un trabajo, es el comienzo de la liberación. Cristianamente recibe el nombre de metanoia o conversión.

CAPITULO SEGUNDO: SEGUNDA PREMISA: RAZONABILIDAD
1. Razonabilidad: exigencia estructural del hombre
La razonabilidad (bilis significa propiedad contenida en el sujeto, por lo que razonabilidad es: usar la propiedad de razonar), es el ejercicio del valor de la razón en el obrar, dándose cuenta de la realidad en todos sus factores. La razón es para juzgar la realidad en todos sus factores.
El racionalismo define al hombre sin sentido religioso, sin el nexo que lo une al infinito. Algo es razonable cuando en la experiencia se demuestra lleno de razones adecuadas. La correspondencia de la propuesta o de la provocación a las exigencias constitutivas del corazón es el criterio de verdad. Es una traducción no lite­ral de una frase de Santo Tomás de Aquino que define la verdad como "adecuación entre la cosa y el intelecto": la verdad se descubre a través de la correspon­dencia entre la propuesta y la conciencia de sí- lo que somos originalmente.
2. Uso reductivo de la razón:
Lo razonable no es sólo lo demostrable, ni lo puramente lógico. El proble­ma del hombre es adherirse a la realidad, darse cuenta de la realidad. Esto es una exigencia, no es una coherencia. Por eso la razón es apertura a la reali­dad, capacidad de aferrarla y de afirmarla en la totalidad de sus factores.
3. Diversidad de procedimientos:
El método (es una palabra griega y significa "a través del camino"), es un proceso que permite llegar a conocer un objeto. La razón tiene diversos métodos según el objeto que trate, puede ser matemático, químico o lógico; por eso la razón es ágil, recorre muchos caminos, no uno sólo (ni lógico ni empí­rico solamente).
4. Un procedimiento particularmente importante:
El método recoge los motivos adecuados con los cuales dar los pasos en el conocimiento del objeto. Pero en las amistades, en el amor de una madre, no hay método para demostrar, ni razonamiento que hacer, ni fórmula para aplicar. Esto es una realidad, que haya valores que no se puedan conocer por esos méto­dos, pero sí puedo llegar a una certeza razonable sobre ellos. Son un núcleo de certezas morales, de comportamiento, que no se pueden demos­trar pero sin las cuales no podríamos vivir, porque nos hacen dar juicios sobre el comportamiento del otro.
La naturaleza nos ha dado un cuarto método, casi una intuición más que un proceso, que lo maneja la razón, y con el cual podés llegar a la certeza ! El primero era de certezas matemáticas, el segundo científico, el otro filo­sófico, y el cuarto de certezas sobre el comportamiento humano, certezas mora­les: te da un montón de indicios donde todo remite a esa certeza existencial. Usando los cinco sentidos, la razón los une tan rápido que hasta parece un instinto, al que llamamos intuición. El verdadero hombre es el que observa, mi­ra, como un médico que tiene buen ojo clínico y pronostica enseguida una enfer­medad. El hombre hace una comparación rápida consigo mismo, con su experiencia elemental y se dice: hasta aquí hay correspondencia, es verdad, me puedo fiar.
5. Una aplicación del método de certeza moral: la fe
La fe es adherirse a lo que afirma otro que no me engaña: repetir con certe­za lo que dice es tener coherencia conmigo mismo. Pero ésta lleva un previo conocimiento de la otra persona. Como les sucedía a los apóstoles con Jesús. Este problema de la certeza moral es el problema de la existencia personal, y de la vida como civilización y cultura (si fuera todo por una demostración personal, cada uno tendría que inventar la rueda, mantener fuego encendido, etc.)

CAPITULO TERCERO: TERCERA PREMISA : INFLUJO DE LA MORALIDAD EN LA DINAMICA DEL CONOCIMIENTO
1. La razón, inseparable de la unidad del yo:
Por nuestra propia experiencia, notamos que hay una unidad profunda, una re­lación orgánica entre el instrumento de la razón y el resto de nuestra persona. La razón no se puede extirpar como un mecanismo, ya que está relacionada con todo nuestro yo.
2. La razón, ligada al sentimiento:
Hay muchas cosas que entran en el horizonte experiencial del individuo: a­contecimientos (físicos, mentales, afectivos), algo que sucede y provoca cierta reacción, ciertos estados de ánimo, según la vivacidad humana de la persona, pudiendo ser de indiferencia, antipatía o simpatía. Esta reacción se llama sentimiento, y es lo que entra en el horizonte per­sonal produciendo otra reacción. Estos acontecimientos te llegan de la reali­dad, que a veces es discreta y te puede hablar hasta con un guiño.
El hombre es el nivel de la naturaleza en la que ésta toma conciencia de sí misma. Y el valor es el objeto del conocimiento en cuanto interesa a la vida, cuando es algo que vale la pena. Así un objeto que interesa, provoca una reacción que llamamos sentimiento, en cuanto atraviesa el horizonte de nuestra experiencia. Entonces la razón, que no se puede extirpar de la unidad del yo, está ligada y condicionada por el sentimiento.
3. La hipótesis de una razón sin interferencias:
El racionalismo plantea la objeción de que la razón no debe tener interfe­rencias para tratar los problemas. Pero si algo es un valor para vos, te inte­resa, aparece el sentimiento que estará ligado a la razón. Los racionalistas, niegan la certeza objetiva para conocer los valores.
Entonces
razón sentimiento valor = realidad que te inte­resa para ser feliz.
¿Dónde es posible eliminar el sentimiento? Solamente en el campo científico y matemático. En el problema del Destino (sentido religioso), del problema afec­tivo (juicio de valor), y en el político (social), es opinable y subjetivo. Esto lleva a ver dos observaciones:
4. Una cuestión existencial y una cuestión de método:
a) La naturaleza cuando más me hace interesarme por una cosa, más condiciona el instrumento de mi razón con el sentimiento que me provoca: hay que buscar una solución.
b) Eliminar el sentimiento no es razonable, porque tendremos así que eliminar un factor del problema, y el criterio de la razón es valorar todos los facto­res.
5. Otro punto de vista:
El criterio justo es tomar al sentimiento como una lente, el que, más cerca o más lejos, acerca al objeto, al valor que nos interesa, a la energía cognos­citiva del hombre: así el sentimiento se convierte en una condición importante para el conocimiento.
El sentimiento no es el ojo con el cual ver el objeto, sino que es la lente y es la condición para que la razón, el ojo, vea bien a su objeto. Si no ves claro, acercás o alejás ese lente. Esta explicación valora los tres factores, y sitúa al sentimiento en su justo lugar, sin eliminarlo. Un juicio neutral del hombre, es pedir algo abstracto: en valores vitales, en los que se juega su felicidad, es imposible, porque cuando mayor sea el sen­timiento, mayor es el significado del objeto para la vida. Pero el graduar la lente no es un problema científico, sino de postura, de actitud ante la realidad. Es un problema moral, esto es, de ponerse frente a la realidad con una actitud. Si una cosa no te impresiona, no te interesa, no ponés atención en ella . Este es el delito de muchos hombres frente al destino, frente a la fe, frente a la Iglesia. El centro del problema es la actitud ade­cuada, la postura justa del corazón, una moralidad, no una gran inteligencia.
6. La moralidad en el conocer:
Para ponerme en la actitud de moralidad (comportamiento) justa frente al ob­jeto, debo tener interés por él, tener el deseo de conocer ese objeto verdade­ramente, que es amar la verdad. Pero ésto no es fácil, ya que generalmente nos quedamos ligados a las opi­niones que ya tenemos del significado de las cosas. Y aquí entra de nuevo el realismo: "Un amor a la verdad del objeto siempre mayor que el apego a las o­piniones que uno tiene de antemano sobre él". Esto es amar la verdad más que a uno mismo. Esto lo vemos negativamente en la cultura iluminista, desde el siglo XIX hasta hoy con respecto al problema de Dios.
Cuanto más vital es un valor, cuanto más te interesa, el problema es de mo­ralidad, de tomar una actitud justa, y luego conocerlo con la inteligencia. "Bienaventurados los pobres...": el pobre es aquél que no tiene nada que defen­der, desapegado. Es la pobreza ante la verdad, desear la verdad y basta; es pe­dir, gritar. Esta es la postura del niño frente a la realidad: "Si no se hacen como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos".
7. Prejuicio :
Pero atención: estar libres de prejuicios frente a la realidad es imposible. Por el hecho de estar en un contexto familiar, social y cultural nos impregna de ideas preconcebidas, sobretodo los temas del destino, la afectividad y la política. Aquí se juega que en nuestra actitud frente a la realidad, la libertad reflexiona de acuerdo a su finalidad, sobre si misma. Y ésto es una gracia.
Para amar la verdad más que a uno mismo, para alcanzar la pobreza de espíritu, es necesario un trabajo, una ascesis. Si la moralidad no se recupera con­tinuamente se altera, se corrompe. El motivo más grande de nuestro trabajo per­sonal es el amor a nuestro destino.

CAPITULO QUINTO: EL SENTIDO RELIGIOSO: SU NATURALEZA
l. El nivel de ciertas preguntas:
El factor religioso representa la naturaleza de nuestro yo en cuanto se ex­presa en ciertas preguntas: ¿Cuál es el sentido de la existencia? ¿Por qué el dolor, la muerte? ¿Para qué está la realidad?. Al igual que las preguntas que surgen ante la muerte, donde nos sentimos como hojas secas que caen en otoño.
2. En el fondo de nuestro ser:
Estas preguntas son inextirpables de nuestro ser: cada movimiento del hom­bre tiene su fuente aquí. Pero como estas preguntas exigen una respuesta total, la razón no se detiene si no llega hasta el final de ellas.
3. La exigencia de una respuesta total:
Como nos preguntamos por el sentido último, el valor verdadero de la reali­dad, de la existencia, son preguntas que agotan toda la energía para investi­gar que tiene la razón. Si con mil preguntas se desvelara el misterio de la realidad y el hombre respondiera 999 de ellas, seguiría tan insatisfecho e inquieto como al principio.
4. Desproporción con la respuesta final:
Cuanto más nos adentramos en el intento de responderlas, más descubrimos la desproporción nuestra, la contradicción entre el ardor de la exigencia y la propia limitación para buscarla, que así es exaltada.
5. Desproporción estructural:
Esta imposibilidad de dar respuestas exhaustivas es estructural a nues­tra persona, es una característica esencial de nuestra naturaleza. Einstein ha dicho que en el campo científico quien no admite que entre nuestros pasos humanos y el horizonte último de la realidad es la categoría de lo im­posible, del misterio, no es razonable.
La filosofía también debe darse cuenta que en la realidad siempre habrá más cosas por descubrir, que la filosofía debe estar abierta a la realidad, como le dice Hamlet a Horacio en el drama de Shakespeare. Si no la filosofía se convierte en ideología que es usada por el Poder.
6. Tristeza;
Aquel “deseo del bien ausente"(Santo Tomás de Aquino), que es la tristeza, producto del destino ideal y de nuestra carencia histórica, se puede olvidar con la desesperación. Pero lo más grande del hombre es que "puede inclinarse al infinito, a llenarse de ternura pensando y creyendo que existe la felicidad perfecta", como decía Dostoievsky.
7. La naturaleza del yo como promesa:
La espera está en la esencia de nuestra naturaleza, es algo que nos es dada Quien ha hecho al hombre lo hizo como Promesa; y la vida estructuralmente es u­na promesa, una espera.
8. El sentido religioso como dimensión:
El sentido religioso es la capacidad de la razón de expresar su naturale­za profunda en una pregunta última, una pregunta inevitable que está en todo individuo y, dentro de su mirada, a todas las cosas. Por eso mirar al otro, a la mujer, al amigo, sin que resuene el eco de la sed de destino, de la felicidad que lo constituye, es una relación inhumana, y menos podríamos llamarla una relación amorosa.
Conclusión: Sólo la hipótesis de Dios, sólo la afirmación del misterio como realidad que existe más allá de nuestra capacidad de reconocimiento, corresponde a la estruc­tura original del hombre. El sentido religioso brota en nuestra conciencia como exigencia de totali­dad constitutiva de nuestra razón, es decir, de la capacidad que tiene el hom­bre de tomar conciencia, de abrirse a la realidad para introducirse en ella, y abrazarla cada vez más. El hombre se plantea esta pregunta por el mismo hecho de existir, porque es la raíz de su conciencia de la realidad. Y no sólo se plantea la pregunta, sino que se la responde siempre al afirmar la existencia de algo "último". Si viviéramos apenas cinco minutos, habría un quid, algo, por lo cual valdría la pena en el fondo, vivir esos cinco minutos.

CAPITULO DECIMOCUARTO: LA ENERGIA DE LA RAZON TIENDE A ENTRAR EN LO DESCONOCIDO
El culmen de la razón es la intuición de que existe una explicación que supera su medida. Cuando la razón toma conciencia de sí misma, al descubrir que su naturaleza se realiza en último término intuyendo lo inaccesible, el misterio, no por ello deja de ser exigencia de conocimiento.
1. Fuerza motriz de la razón:
La vitalidad de la razón viene dada por la voluntad de penetrar en lo desconocido, como el deseo de Ulisss de ir más allá de las columnas de Hércules, símbolo del límite permanente y estructuralmente puesto por la existencia de este deseo. Todo el caminar humano se resume en el conocimiento de Dios, descubrir el misterio que subyace en lo que vemos y tocamos.
Sólo la relación con el más allá hace posible afrontar la aventura de la vida. El mito de fa antigüedad que está más cerca de esta mentalidad cristiana es el mito de Ulises expresado por Dante Alighieri. Ulises quiere medir con su cerebro todas las cosas, con una curiosidad incontenible: es el dominador del Mediterráneo, el Mare Nostrum que ha recorrido a lo largo y a lo ancho. Pero cuando llega a las columnas de Hércules se encuentra con la convicción común de que la sabiduría, la medida segura de todo lo real, ya no es posible. Más allá de las columnas sólo hay vacío y locura. Pero al llegar allí Ulises sintió que no era el fin, sino más bien como si su naturaleza humana se desplegar a partir de ese momento. Al decidir ir más allá se descubrió verdaderamente hombre. Esta es la lucha entre lo humano, es decir, el sentido religioso, y lo inhumano, la postura positivista de toda la mentalidad moderna. Pero más allá del Mare Nostrum que podemos poseer, controlar, medir, ¿qué hay? El océano del significado. Para Ulises las columnas no eran un límite, sino una invitación, un signo que invitaba a ir más allá de eso mismo.
En la revelación judeocristiana hay todavía una página mayor de esta condición existencial del hombre: la lucha entre Jacob y Dios. Esta es la grandeza del hombre: la vida es una lucha, es tensión, relación con el más allá; una lucha sin ver el rostro del Otro, en la oscuridad.
2. Una posición de vértigo:
Adoptar una postura consecuente a la condición existencial es vertiginoso. Para toda la vida la verdadera ley moral sería estar pendientes , atentos de los gestos de una voluntad que se nos mostraría a través de la pura circunstancia inmediata. Decir sí a cada instante sin ser nada produce vértigo.
3. La impaciencia de la razón:
Existencialmente, esta naturaleza de la razón como exigencia de conocimiento, penetra en todo, incluso en lo ignoto, en eso desconocido de lo que todo depende. La razón, impaciente, no tolera adherirse al único signo que permita seguir a lo desconocido. El vértigo consiste en esta impaciencia de decir: 'Comprendo, el significado de la vida es éste."
4. Un punto de vista distorsionado:
Cuando la razón del hombre dice “el significado de la vida es...”, identifica inevitablemente este “es" con la pureza de la raza alemana, o con el proletariado, o con la competencia capitalista, etc. Y así siempre se parte de un punto de vista determinado. Así el hombre reivindicará la totalidad para un aspecto particular; una parte del todo es exagerada e inflada hasta el punto de definir la totalidad. Y Llevará a olvidar alguna cosa, a reducir, negar y rechazar el rostro completo de la realidad. El sentido religioso se corrompe al identificar su objeto con algo que el hombre elige da su propia experiencia, con algo que se puede comprender por si mismo. Y por ser un aspecto de todos que se comprende y los otros no, la razón resbala y fija su mirada sólo en ese aspecto. Pero la razón es apertura a lo real: lo que manifiesta nuestra experiencia es que la razón es como un ojo abierto de par en par a la realidad, que nunca acaba de conocer, ya que nos desborda por todas partes; y por eso el significado global es un misterio. Y pretender medir el significado de todo, pretender ser la medida de todo, es pretender ser Dios, ni más ni menos
5. Idolos:
Es la sugerencia del pecado original. Este aspecto particular, con el que la razón identifica el significado de todo, la Biblia lo llama ídolo. Algo que parece Dios pero que no es Dios. Y el ídolo lleva a una corrupción de la verdad humana. Cuanto más se intenta explicar todo con el ídolo, más se comprende que no es suficiente. Es la abolición de la persona humana, ya que el ídolo oscurece el horizonte de la mirada y altera la forma de las cosas.
6. Una consecuencia:
Hitler quiso construir una humanidad mejor siguiendo a su ídolo, pero en un momento dado chocó con el proyecto de Lenin o Stalin. Al ser dos ideologías totalizantes, no pudieron sino chocar de frente. El ídolo es el origen de la violencia como sistema de relación, es decir, de guerra.
7. Dinámicas de identificación del ídolo:
El pecado original consiste en identificar a Dios con un ídolo que el hombre entiende. Y ese ídolo es elegido en función de la estima o la impresión que provoca; para los nazis Hitler era su Dios. Para los marxistas el jefe de partido. El hombre o es esclavo de los hombres o es dependiente de Dios. Y si se mata en nombre de un significado último y particular (Vietnam o Camboya), es justo. Acá se ve que el ídolo jamás engendra unidad y totalidad sin olvidar o renegar de algo.
8. Conclusión:
La realidad es un signo y despierta el sentido religioso. Pero existencialmente el hombre está inclinado a interpretarlo mal, prematuramente, impacientemente. Santo Tomás de Aquino dice que la razón puede alcanzar a Dios pero después de mucho tiempo y esfuerzo, y sólo lo consiguen unos pocos. De ahí que se hace necesaria una revelación divina. Hubo antes otro hombre cuyo genio religioso lo llevó a intuir lo mismo, cuatro siglos antes de Cristo. Platón en su obra Fedón, llega a decir que el conocimiento de Dios o se llega amparado en argumentos humanos o, como si fuera un mar en el que Dios estuviera en la otra orilla, que Dios mismo envíe una balsa para cruzarlo. San Agustín, conocedor de esta metáfora, dijo que la balsa que permite cruzar ese mar está construida con la madera de la cruz de Cristo.

CAPITULO DECIMOQUINTO: LA HIPOTESIS DE LA REVELACION: CONDICIONES PARA QUE SEA ACEPTABLE
Nuestra naturaleza es exigencia de verdad y de felicidad. Todo movimiento del hombre está dotado por estas exigencias que lo constituyen. Pero el hombre cuando llega al limite de su vida, no ha encontrado la respuesta a esa exigencia. Ante la muerte, se pone de manifiesto esta observación.
Esta intuición de respuesta existe por el mismo hecho de existir, así vivamos aunque sea cinco minutos. La existencia de esta incógnita suprema de la que todo depende en la historia y en el mundo es el culmen y el vértigo de la razón. Para seguir la absoluta luz del significado sería necesaria una obediencia instante tras instante, como quien navega en la niebla más absoluta, y parece la cosa más irracional. A pesar del impulso ideal que lo provoca, el hombre recae dentro de los límites de su propia experiencia. Y así identifica al Absoluto con algún aspecto de su experiencia. Y Dios se convierte en un ídolo.
La historia del pensamiento humano es como un gran documental de esa caída del hombre, que identifica inevitablemente el Absoluto con una imagen propia. Así el hombre se mutila a sí mismo, a los demás, a las cosas. El anhelo de redención, anticipado por Platón, dado en el Límite de la experiencia de la vida, libera ese gesto de la humanidad más verdadera como una súplica, como un gesto de mendicidad. Esta es la hipótesis de revelación.
Pero la revelación no es una interpretación de la realidad; se trata de un posible hecho real, de un eventual acontecimiento histórico. Un hecho que el hombre puede reconocer o no; Judas no lo reconoció.
Que Dios entrara en la historia del hombre, no de una forma para interpretar, sino como una presencia dentro de la historia, que hablara como un amigo, un padre, es lo que anhelaba Platón.
Esta hipótesis es, ante todo, posible. Negarla sería la suprema forma de idolatría, el intento extremo de querer imponer a Dios una imagen propia. Además es extremadamente conveniente porque es una respuesta a la espera del corazón. Y en esta hipótesis Dios no suprime la libertad del hombre, sino que la hace posible de adhesión frente a su error y cansancio.

Hay dos condiciones que hacen a esta hipótesis aceptable:
a) Debe ser una palabra comprensible para el hombre, debe ser traducida en términos comprensibles para nosotros.
b) Su resultado no debe ser una reducción del Misterio, sino una profundización de él. Para que se le conozca, y se le conozca más como misterio. El Absoluto, el Misterio, es Padre: pero es padre como ningún padre puede llegar a serlo. El término revelado lleva al misterio más adentro de ti, más cercano a tu carne y a tus huesos, y lo sentís tan familiar como lo siente un hijo.
El dogma fundamental de la Ilustración es negar la apertura a la realidad de la razón, colocando delante un prejuicio irracional.
La frontera de la dignidad humana la ha expresado como ninguno Franz Kafka: " Aunque la salvación no llegara, quiero ser digno de ella en todo momento."

Luigi Giussani: El sentido religioso (edición de 1986)

Unidad 1: LA FE: Un método de conocimiento que compromete a la razón

Imaginemos que digo: «Pero, no está Anna?». Y Carlo me responde: «La he visto ahí detrás». Yo no la veo porque soy bajo y estoy sentado, pero digo: «Está bien, está», y la marco en la lista. ¿Es razonable actuar así? Sí, porque es justo que me fíe de Carlo. Imaginemos ahora que no fuese Carlo y se tratase de un enemigo que me ha incendiado la casa, me ha robado el dinero, ha hablado mal de mí y no puede verme, no puede soportarme... Si viene y me dice que Anna está, todavía dudo más de que esté, no puedo fiarme. Tengo razones para fiarme de Carlo; pero no las tengo para fiarme de ése. El fiarse provoca un conocimiento mediado, un conocimiento que se alcanza por una mediación, por medio de un testigo.

Conocimiento directo y conocimiento indirecto
¿Cómo llegas a entender que algo corresponde a las exigencias de tu corazón? ¿Cómo llegas a comprenderlo? Comparándolo; lo comparas con tu corazón. ¿Cómo realizas esta comparación? ¿Qué clase de acto es? Es un juicio: uno reconoce que ese algo corresponde a su corazón, que le corresponde. Lo reconoce, se trata de un reconocimiento. “Esto es una piedra”: es un reconocimiento que técnicamente se llama juicio, se produce como juicio, tiene forma de juicio.
«Anna no está»; pero Carlo viene y me dice: «No, mira, yo la he visto allí al fondo». «¡Ah, listo! -respondo-, entonces la marco». Esta certeza nace como la anterior, nace también de un reconocimiento. Reconozco que lo que me dice es verdad; es un reconocimiento.
¿Cómo se llama el proceso por el cual uno sabe que existe algo por­que se lo dice otro?
Supongamos que Nadia y yo somos compañeros de colegio. Un día se termina el colegio, yo me voy por mi camino y ella se va por el suyo. No nos volvemos a ver; pasan años y años. Un domingo por la tarde, tengo que tomar en el aeropuerto de Roma un avión para ir a Buenos Aires y subo al avión que llega desde Beirut. Subo al avión y me la encuentro al lado. «¡Nadia! ¡Vaya, Nadia! ¿Pero qué haces aquí? ¡El mundo es un pañuelo! ¿De dónde vienes?». «Vengo de Beirut». «¿De Beirut? ¿Y qué es de tu vida?». «Trabajo en una compa­ñía de seguros». «¿Y vives sola?». «No, tengo familia. Tengo seis hijos». «Pero, ¡cuántas cosas haces! ¿Y cómo están tus hijos?» «¡Fenomenal!». «¿Quieres un cigarrillo?». En un determinado momen­to dice: «¿Te acuerdas de Carlo?». «¡Ah!, el tipo más divertido de nues­tro grupo, el que más hablaba y hacía bromas a los profesores. Sí, aquel loco, ¡quién sabe qué habrá sido de él! Hace veinte años que no lo veo». «Pues fíjate, la última vez que estuve en San Paulo -el avión hacía escala en San Paulo antes de llegar a Buenos Aires- salgo del aeropuerto para buscar un taxi y allí estaba también él, Carlo, esperando un taxi». «¿Qué ha sido de él? ¿Ha sentado la cabeza?». «Sí, sí, ha montado una gran empresa, ha sentado la cabeza; ninguno de nosotros lo habría ima­ginado. Se ha hecho muy rico, tiene negocios por todo el mundo. Además, desde que nos encontramos, nos vemos muy a menudo porque nos ponemos de acuerdo, buscamos conexiones de vuelo; tomo este vuelo en vez de otro para poder verlo». El avión aterriza en San Paulo y me despido de ella. Nadia se queda en San Paulo y yo sigo a Buenos Aires. Bajo en Buenos Aires y, ¿a quién me encuentro allí? (No es una improvisación, se trata de una persona a quien de vez en cuando me encontraba.) Me encuentro a otro compañero que se llama Guido y que vende en toda Europa tabaco del Paraná, argentino y brasileño. También a él le iba bien, muy bien, era la época en la que el tabaco tenía mucho éxito.
Me encuentro con él y le digo: «Hola Guido. Oye, ¿te acuerdas de Carlo?». «¡Hombre, que si me acuerdo!». «¡Pues figúrate, se ha casa­do, ha fundado una gran empresa, tiene negocios por todo el mundo... y se ha convertido en un pez gordo! Y además está muy bien, ha sentado cabeza». «Me alegro», dice Guido, «yo habría jura­do que perdería la cabeza del todo, esa cabeza loca que tenía. Me ale­gro. Pero, ¿dónde podría encontrarlo?». «Va siempre a San Paulo. Allí tiene su centro de actividad para Sudamérica. Intenta buscarlo en la guía de San Paulo».
Yo le hablo a Guido de Carlo, a quien no veo desde hace veinte años. Le cuento lo que me ha dicho Nadia como si lo hubiera visto. ¿Me siguen? Como si hubiera visto a Carlo, como si hubiese seguido su vida con detalle.


Yo soy A, Nadia es B. Al entrar en relación con Nadia, que se sienta junto a mí en el avión, oigo hablar de Carlo (C). Más tarde, al encontrar­me con Guido (D), le digo lo que Nadia me ha contado como si yo lo hubiera visto. Yo veo a Nadia, la oigo hablar, la conozco bien, sé si puedo fiarme o no de ella, me fío, sé que debo fiarme. No me habla sin ton ni son, me cuenta todos los detalles, además ha sido compañera mía... pero a Carlo no lo veo desde hace veinte años, y yo le hablo a Guido de Carlo como si lo hubiera visto ayer, como si yo lo hubiera seguido durante esos veinte años, cuando ha sido Nadia quien lo ha seguido durante todo ese tiempo. ¿Me entendienden? Esta es una relación racional, razonable, indirecta.
Hay una palabra para nombrar un factor que lleva al conocimiento de algo a través de sí: no directamente, sino a través de él. ¿Cuál es? Testigo. Yo sé de Carlo a través del testimonio de un testigo. Son dos modalidades distintas: el reconocimiento entre A y B, al ser directo, es como una evidencia, una evidencia ante mis ojos, ante mi conciencia. Entre A y C el conocimiento de C se apoya por entero en B.
Conocimiento directo y conocimiento indirecto: el primero se llama también «experiencia directa», y el segundo es una «experiencia indirecta», pues se conoce la cosa a través de un intermediario que se llama testigo.

Conocimiento por fe
¿Cómo se llama este segundo tipo de conocimiento? Fe. Se llama fe. Lo que A llega a saber de C, de una manera tan segura que se lo dice también a D, lo sabe a través de B, a través de un testigo. Es un conoci­miento indirecto llamado conocimiento por fe: el conocimiento de un objeto o de una realidad a través del testimonio, de un testimonio dado por un testigo.
Está claro hasta aquí? Una cosa es que vea yo, pero ¿cómo puedo estar igualmente seguro de lo que me dice Nadia? Si tengo razones ade­cuadas para fiarme de ella. Si tengo razones adecuadas para fiarme de Nadia y no me fío, cometo un acto no razonable, es decir, que va contra mí mismo. Si tengo razones adecuadas para fiarme de Nadia, es razona­ble que me fíe de ella. Por eso, si hay razones adecuadas para fiarme de ella, es justo que, en consecuencia, acepte y reconozca lo que Nadia dice, porque si no tengo razones para desconfiar de Nadia y desconfío, actúo contra la razón.
Se llama fe, conocimiento por fe, al reconocimiento de la realidad a través del testimonio que da una persona, llamada por eso justa­mente testigo. Se trata, pues, de personas, es un problema que se da sólo entre personas. Es un conocimiento de la realidad que se produce a través de la mediación de una persona fiable, en la que puedo con­fiar de manera adecuada. Yo no veo la cosa, veo sólo al amigo que me dice aquella cosa, y ese amigo es una persona fiable; por eso lo que él ha visto es como si lo hubiese visto yo. ¿Han entendido esta frase? Lo que él ha visto es como si lo hubiese visto yo. Dado que me puedo fiar de él, que sé que me puedo fiar, lo que él ha visto es como si lo hubiese visto yo. Por consiguiente la fe, en primer lugar, no es sólo aplicable a temas religiosos, sino que es una forma natural de conocimiento. Una forma natural de conocimiento indirecto, ¡pero conocimiento!
El hecho de ser un conocimiento indirecto deja intacto el pro­blema de la certeza. Si es un conocimiento indirecto, pero yo me puedo fiar verdaderamente, entonces estoy seguro de ello. Como cuando mi madre me dijo una vez, al volver a casa: ¿Sabes lo que ha pasado en el cruce con la calle Garibaldi? Un chico iba en moto como un loco, y por el otro lado llegaba otro también en moto; han chocado y los dos han muerto». Yo, como conocía a uno de ellos, lo sentí mucho, comí corriendo, volví al colegio y les dije a los alumnos: «Tengan cuidado cuando vayan en moto, porque acaba de matarse un amigo mío». Yo no había visto nada, me lo dijo mi madre. No tenía ningún motivo para dudar de ello y sí todos los motivos para afirmarlo, así que fui a decírselo a mis alumnos como si lo hubiera visto yo.
La fe es, por tanto, un método natural de conocimiento, un método de conocimiento indirecto, es decir, un conocimiento que se produce a través de la mediación de un testigo. Por eso se llama también conoci­miento por testimonio. No se trata necesariamente de cuestiones reli­giosas; estoy hablando del conocimiento que sirve para pesar la fruta o para dividir el kilómetro en mil metros, de la razón que se aplica a las matemáticas, a la física... a todo, de la misma razón. La razón utiliza muchos métodos; para conocer una cosa que está aquí, me hace venir hacia aquí, para conocer una cosa que está allí, me hace ir hacia allí... es decir, cambia de camino, cambia de sistema; pero conozco con certeza que allí hay una columna y conozco con certeza que aquí está una queri­dísima amiga.
La razón es algo vivo que, por eso mismo, tiene su propio método, tiene un modo propio, desarrolla un dinamismo característico para conocer cada objeto. Tiene también un dinamismo para conocer cosas que no ve directamente o que no puede ver directamente; las puede conocer a través del testimonio de otros; es el conocimiento indirecto por mediación.

Un método fundamental para la cultura y la historia
Perdonad, ¿es más importante la evidencia o este conocimiento mediado por el testimonio? Eliminen el conocimiento por mediación y tendrían que eliminar toda la cultura humana, toda, porque toda la cul­tura humana se basa en el hecho de que unos empiezan a partir de lo que otros han descubierto y así avanzan. Si no se pudiese actuar así, razonablemente, el máximo exponente de la razón, la cultura, no podría existir.
Si no existiese este método, no sabríamos cómo movernos; mejor, uno sabría cómo moverse, ¡pero en un metro cuadrado! Por el contrario, con este tipo de conocimiento podemos movernos en el mundo entero.
La cultura, la historia y la convivencia humana se fundan en este tipo de conocimiento que se llama fe, conocimiento por fe, conocimiento indirecto, conocimiento de una realidad a través de la mediación de un testigo.

Pregunta: No he entendido por qué también la convivencia humana se funda en el cono­cimiento por fe.
Rta.: Perdona, ¿cómo puedes fiarte, cuando vas a comprar el pan, de que no le hayan puesto veneno, si no es por el hecho de que miles de perso­nas han ido siempre allí? Es la suma de la fiabilidad que te producen todas esas personas lo que te hace ir allí tranquilamente. Si yo te viese con la cesta de la compra a un paso de la panadería, te encontrase allí temblando y te dijera: «Amiga mía, ¿qué estás haciendo?». «Tengo que ir a comprar el pan». «¡Pues entra!». «¿Y.. si le ponen veneno?». Yo diría: «Espera, voy a llamar al manicomio».

Una premisa decisiva
¿Por qué les he dicho esto? Porque todo aquello que penetraremos con la mirada y profundizaremos con el afecto, todo aquello sobre lo que vamos a construir, está definido por la palabra fe, es el campo de la fe, es decir, la realidad mirada y tentativamente vivida en la fe. Aquello de lo que vamos a hablar tiene que ver con la fe. Pero nuestra fe, la fe sobre la que va a desarrollarse todo nuestro trabajo tiene el mismo sistema que el que he comentado: el conocimiento de una realidad por mediación. Una realidad que no ves y que conoces a través de la mediación. Pero la palabra fe no se aplica ni se usa sólo para este campo. La palabra fe indica un método que la razón vive y utiliza, por naturaleza, a lo largo de toda su vida.
Nosotros vamos a usar y desarrollar la palabra fe en un sentido parti­cular, al nivel más importante entre todos los niveles importantes de la vida: el nivel más alto de la vida, el que concierne al destino.
Si yo los engañara les estaría tendiendo una trampa, iría contra vues­tro destino; pero si hablo para ayudarlos, es para ayudarlos a caminar hacia vuestro destino. Lo que interesa en el diálogo entre nosotros es tu destino y el mío, y el del otro y el del otro... El destino, ¿quién lo ve? ¿Quién lo ha visto? ¿Quién ha sacado el paraguas porque llovía y, cami­nando por la acera con la gabardina nueva, blanca, de esas que sientan bien, encuentra en un punto determinado, después de treinta y cuatro pasos, el destino? ¡No lo puede encontrar! No puedes ver el destino. El destino por su naturaleza es Misterio.

¿Se puede decir que el método de la fe es el que más exalta la razón?
¡Perfecto! En ningún caso se pone en juego tan a fondo la razón, de un modo tan vivo y poderoso, como en el caso de la fe, como en el méto­do de la fe.
¿Por qué? Porque A, para fiarse de B, debe comprometer toda su persona: no sólo una parte de su cabeza, como, por ejemplo, cuando se razona con las matemáticas. En este caso, en cambio, están implicados todos los engranajes de la cabeza y sus conexiones con el cuerpo y el alma: es mi yo quien confía en Nadia, soy yo. Y cuando digo “yo”, quie­ro decir razón, ojos, corazón, todo.
Por eso la observación de nuestra amiga es muy oportuna; ella dice que nunca se exalta tanto la razón como en este caso. ¡Seguro! No se deja a un lado la razón, se la exalta. La razón se conecta estrechamente con toda la realidad orgánica del yo. Tanto es así que si el yo fuese mal­vado, por ejemplo, le costaría mucho más fiarse y conocería muchas menos cosas. Si se tratase de un yo patológico, le costaría fiarse, no lograría fiarse y conocería muchas menos cosas.
Es un proceso en el que se requiere que todo el organismo del yo colabore; es el yo «comprometido con». Este gesto, que permite a la razón conocer porque se fía de otro, implica una razón más completa, una razón en conexión con todos los demás aspectos de la personali­dad. Si yo te digo: «¿Sabes?, ¡he visto una cosa preciosa!», y a ti te duele la panza y estás ahí retorciéndote, dirás: «Sí, sí, sí...», pero des­pués no te volverás a acordar de lo que te he dicho, porque te duele demasiado la panza para prestar atención a lo que te digo; no estás atento y por eso no entiendes. Para entender no tendrías que tener dolor de tripa, tendrías que encontrarte en una situación personal más ordenada, en un orden más natural, pues así estarías más clara y tier­namente implicada con los demás factores.
En el colegio desafiaba a los alumnos citando el proverbio: «Fiarse es bueno, desconfiar es mejor» o “Piensa mal, y acertarás”. No hay ningún proverbio más estúpido que éste. Miren, si en una clase hay un profesor o una profesora agudos, inteligentes, real­mente inteligentes, comprenden enseguida de qué se trata, comprenden enseguida y saben dar más fácilmente un juicio adecuado sobre tal o cual alumno.
A quien "se tiene" más a sí mismo, a quien mejor se conoce, a quien más se posee, es decir, tiene su yo más orgánicamente unido, a quien es más uno, a la persona en la que todo está en su lugar, le cuesta mucho menos saber si fiarse o no del otro. Quien, por el contrario, tiene una patología, no se fía jamás de nadie, no logra fiarse de nada, se separa de la vida. Los casos pueden tener miles de graduaciones, miles de grados de gravedad, pero en todos sucede lo mismo: se cortan los lazos con la vida.
En el método de la fe la razón se compromete de un modo mucho , más rico y poderoso que en todos los demás métodos de conocimiento porque los demás modos son parciales, se refieren a un determinado objeto: un hombre que lo sepa todo sobre la mosca y escriba un tomo de 1.500 páginas describiendo todas las posibles variedades de mosca, que sea Premio Nobel de la ciencia, pero no entienda una palabra acer­ca de su mujer, y sus hijos le odien porque los trata mal, es un pobre hombre, no un Premio Nobel, porque su mujer y sus hijos necesitan que tenga una razón naturalmente completa y en paz; él es muy sabio en un segmento de la realidad, en un fragmento de la realidad que, entre otras cosas, es muy pequeño: la mosca, el fenómeno de la mosca. Lo sabe todo sobre este tema; pero no sabe nada de su destino ni de la situación de los demás. Es un pobre desgraciado, aun siendo Premio Nobel.
Como aquel profesor de Química del que siempre hablo, que hace muchos años, en una discusión entre profesores universitarios, entró a bocajarro diciendo: «Mirá, si yo no tuviera la Química me mataría». Tenía mujer e hijos. Más inhumano que esto no hay nada. No puede ser razonable, y, sin embargo, era un gran químico.
Mi madre no era una gran química, no estudió Química, pero ¡cómo trataba a mi padre en cada detalle! ¡Cómo nos trataba a nosotros sus hijos...! ¡Dios mío, cómo me gustaría ser así! Era una mujer inteligente para todo lo que ocurría en casa; y era una mujer inteligente por cómo hablaba de lo que leía en los periódicos.
He puesto como premisa lo más decisivo. Vamos a hablar de algo que es objeto de fe: hablar de Cristo, del alma, del destino, del Misterio, es hablar de la fe. El contenido de todo lo que vamos a decir no se ve, y, sin embargo, se puede conocer a través de un testimonio, por medio de testigos.
Por eso, lo que haremos juntos en esta hora de lección o de discusión se apoyará por entero en la razón con su dinamismo característico llama­do fe, se apoyará completamente sobre la razón en cuanto que es capaz de fe, pues la fe es la capacidad suprema de la razón. Suprema, porque sin ella no existiría lo humano: no existiría la historia, no existiría la cultura, no existiría la convivencia, y por eso tampoco existiría el cono­cimiento del destino.
¿Me he explicado? Hemos hablado de ello porque vamos a hablar a este nivel. En primer lugar, hablaremos de la fe tal como se usa corrien­temente, es decir, como reconocimiento de un contenido invisible de la realidad (la realidad en su aspecto invisible); y, en segundo lugar, de cómo a través de la razón se alcanza este contenido con un método característico que se llama método de fe, conocimiento a través del testimonio.
Si vuelven a leer “El Sentido Religioso”, encontrarán esta observación capital en la tercera premisa: cuanto más moral es uno, más capaz es de fiarse, y cuanto menos moral es, menos capaz de fiarse; porque la inmoralidad es como una esquizofrenia o una disociación psíquica. Tanto es así que los más inseguros son los jóvenes, quienes en un momento determinado -puesto que es necesario en la vida tener certeza- admiten como certeza su propio antojo, se fijan en lo que es más fácil como camino para tener certeza, en lo que parece más fácil; y lo que no se ve parece que no existe. Y puesto que lo que existe es lábil, efímero, todo es nada. En el fondo ésta es la filosofía de todo el mundo hoy.

Invitación a la oración
Por eso termino diciendo que no podemos ponernos a discutir de estas cosas sin que en nuestro corazón, algo del corazón, rece, pida la luz, el afecto y la sinceridad al misterio del Ser, la sencillez de decir sí a lo que es verdadero y de decir no a lo que no lo es.
Es necesario pedir a Dios que lleguemos a ser verdaderamente morales, para poder decir sí a lo que es positivo y decir no a lo que es negativo. Hace falta pedir a Dios, porque el hombre es malvado, y, por serlo, dice que no incluso a la evidencia. Si a un niño caprichoso le pones delante un vaso y le dices: «¿Verdad que es un vaso? Carlitos, decí que es un vaso. ¿Es un vaso?». «¡No!». «¿No es un vaso?». Dice que no porque es caprichoso. Esta es la postura que adoptan los hombres ante el significado de la vida, La palabra "destino" indica el significado de la vida. De hecho, la palabra griega equivalente indica el significado último, el destino como significado.
He intentado, al menos, aclarar las cosas y llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sabéis de lo que queremos hablar, a través de qué instrumento racional hablaremos de ello y quién soy yo: un testigo, un mediador, como el resto de sus compañeros mayores. Se trata del destino; si esto que no se ve constituye el destino y el significado de la vida, no llegar nunca significaría arruinar la vida. No se puede construir si no es sobre roca, sobre lo que es cierto. Sin certeza no se construye nada. Sí, se puede construir el pequeño acto cotidiano, pero sin la osadía de reconocer en otro fenómeno, en otra acción una presencia amiga a quien poder decir: «Estamos juntos: ¡Avancemos más! ¡Subamos esta montaña! ¡Caminemos más hacia el fondo!». Y uno que no tiene certeza, y que por esto no construye nada, se queda allí tembloroso sobre sus dos piernas hasta que -temblando, temblando, temblando- cae en tierra y muere. Muere. ¡Hombre, les deseo que sea lo más tarde posible!, pero muere; y que sea tarde o temprano, no importa mucho.

Retomando algunos pensamientos
No hay nadie a nuestro alrededor que acepte reunirse y estar en silencio un momento a la semana. La semana es el metro, la medida fun­damental de la expresión del hombre. ¿Cuál es la expresión del hombre?
El trabajo. El trabajo es la expresión del hombre en cuanto representa la relación activa que se establece entre el yo –yo que vivo, imagino, pienso, siento, y obro según lo que pienso y siento- y la realidad. Mediante el trabajo el hombre usa la realidad, usa el tiempo y el espacio y crea su vida. Será juzgado por lo que haya creado. Durante la semana --que es la medida fundamental del trabajo, es decir, de la expresividad de la perso­na-, no hay un minuto dedicado a pensar en el propio destino, en aque­Ilo por lo que se trabaja y, por tanto, se vive; «se vive» en el sentido más concreto del término, es decir, se sufre, se goza, se usan las cosas y se crea lo que se considera más justo, más bello. Resumiendo: la palabra destino domina la vida, como el rostro domina la figura de una perso­na, ¡y no hay nadie que piense en ello! La prueba más grande de que el destino, por el contrario, nos apremia -pensar en el destino, reflexionar sobre el destino de nuestra existencia- está en el hecho de que nos reu­nimos aquí el sábado. Lo que está en juego en el modo en que nos trata­mos y os tratáis, es decir, el contenido de este camino, con sus argumen­tos y sus actitudes, es el temor y temblor ante el destino, es el deseo del destino y la espera de un destino gozoso.
Si vieses a alguien correr por la calle y lo notaras enajenado, confuso, y lo parases diciéndole: «¿Qué haces? ¿Qué buscas? ¿Adónde vas?» y él respondiese: «¡No lo se!». «¡Pero si vas corriendo!». «Corro». «¿Y por qué te das la vuelta y cambias de sentido?». «Me doy la vuelta...», sería de locos. Si uno hablara así en serio, significaría que no está en sus cabales. Sería de locos; es de locos vivir sin pensar en el propio destino. En el caso de los animales no sería de locos porque no son capaces de ello; pero para el animal hombre es de locos. Sin razón... la razón del vivir es el destino.
Ya les he contado el episodio de aquel profesor que en una discusión dijo: «Si no tuviese la Química me mataría». Era un poco trágico, demostraba su limitación de manera algo trágica; pero es cierto que cuando estudiaba la Química, cuando se dedicaba a la Química, se sen­tía aliviado. Uno de los motivos por los que no debería haber desempleo es que el hombre desempleado es un pobre desgraciado; no ya por el dinero, sino psicológicamente. Era justo que aquel profesor de Química se sintiera más cordial con la existencia cuando estudiaba la Química, pues la Química forma parte de sus preceptos, y buscaba con todo el corazón los preceptos de Dios, porque el aspecto químico de la realidad es parte del designio de Dios y buscar con pasión sus leyes es algo bello. En este sentido cualquier trabajo real es algo bello.
«Dichoso el que es fiel a sus preceptos y lo busca de todo corazón» pero es diferente decir «sus preceptos» a «lo busca de todo corazón». A Dios, al Misterio del que estamos hechos, se le encuentra dentro del j designio de las cosas; si se es fiel a su designio, ahí dentro se encuentra algo distinto.

2. El dinamismo de la fe
¿Se acuerdan de qué hablamos la última vez? Del método y de la fe. ¿En qué sentido método? Método quiere decir «modo de hacer algo». La fe es un modo de conocimiento.
¿Quién conoce? Mi razón. Se llama «razón» a esa energía caracterís­tica del hombre mediante la cual el hombre conoce. Pues bien, la fe es un método -un modo- de la razón, un modo de conocimiento de la razón o, dicho de una manera más breve, un método de conocimiento. ¿Qué método de conocimiento es? Es un método de conocimiento indi­recto. ¿Por qué es indirecto? Porque está mediado, filtrado, puesto que la razón se apoya en un testigo; no ve directamente, inmediatamente el objeto, sino que viene a saber del objeto a través de un testigo.
Y decíamos que este método es el más importante de todos los méto­dos de la razón, mucho más que la evidencia, que se basa en los sentidos, y mucho más que la ciencia, que se basa en el análisis y la dialéctica. Los demás métodos de la razón utilizan únicamente una parte del hombre; este método, sin embargo, el método de la fe, compromete al hombre por entero. ¿Por qué? Porque hace falta fiarse de un testigo.
Para fiarse adecuada y razonablemente de alguien es necesario poner en juego toda la lealtad de la propia persona, es necesario aplicar nuestra agudeza de observación, es necesaria una determinada dialéctica, es necesaria la sinceridad del corazón, es necesario que el amor a la verdad sea más fuerte que la antipatía que, por ejemplo, pueda surgir, es nece­sario un amor a la verdad. Para ello tiene que comprometerse toda la persona, mientras que para hacer una instalación eléctrica en una habita­ción no es necesario que estén implicados todos los factores de la perso­na. Por eso la fe es un método de conocimiento que compromete, en su acontecer, a la totalidad de la persona y resulta ser el método más digno, más valioso. De hecho, si no fuera por el uso de este método no podría existir la convivencia humana, no podría haber desarrollo de la convi­vencia como existencia social, ni en una sociedad pequeña como la fami­lia ni en la sociedad en su conjunto.
¿Cuál es el método de conocimiento habitual? La convivencia se apoya por entero en el método de la fe. ¿Qué ocurriría si no nos fiáramos los unos de los otros? De hecho, donde faltan estas cosas, donde ya no resultan naturales, la gente se pasea navaja o pistola en mano, y nadie puede fiarse de nada. Por lo tanto, la convivencia humana, la cultura (la cultura es el desa­rrollo del conocimiento, y tú desarrollas el conocimiento si, fiándote de los descubrimientos que te dan quienes te preceden, añades tu propio descubrimiento, de forma que quien viene tras de ti, fiándose de lo que tú le das, añada a su vez su propio descubrimiento), la sociedad (la exis­tencia de la sociedad), la historia (la continuidad de la sociedad, la socie­dad que camina), la convivencia y la historia, la cultura, se basan todas en este método: el método de la fe.
¿Qué les ha sorprendido más la última vez? El oír hablar de fe sin que Dios, ni la Virgen, ni los santos tuvieran que ver con ello, y que se hablara de la fe como un aspecto de la razón, como el aspecto más importante del uso de la razón. ¿Por qué el más importante? Porque sobre ella se fundan la convivencia, la historia y la cultura; pero, sobre todo porque este método supone poner en juego la totalidad de la persona.

La credibilidad del testigo
Todo esto deberían ya saberlo al haber estudiado escuela de Comunidad, cuyo primer volumen decía también cuándo puede uno fiarse razonablemente de otro. Porque es posible fiarse de otro irracionalmente como sucede de forma habitual: muchos son rea­cios y rebeldes ante las cosas más justas y, sin embargo, están dispuestos a dejarse arrastrar y engañar, con una confianza necia en quienes los guían, en los periodistas, en la televisión.
¿Cuándo puede fiarse uno verdaderamente del testigo? El único pro­blema verdadero es éste: ¿Cuándo se puede fiar uno del testigo? Porque si la fe es conocimiento a través de un testigo, y el testigo te engaña... El texto de Escuela de Comunidad pone un ejemplo humorístico. Supongamos que Teresa, persona muy dialéctica y razonable, está dán­dose una vuelta por la calle, llena de problemas relacionados con su casa o con sus amigos, y no se da cuenta de que viene hacia ella un hombre con un sombrero de ala ancha, sin lo del medio, únicamente con el ala, un ala más grande de lo normal, con barba tan sólo en mitad de la cara, que lleva una gran capa llena de agujeros, con zapatos de los que salen los dedos de los pies, y mientras se acerca a ella le para y le dice: «¡Señorita!». «¿Qué quiere?» (cree que es un pobre que busca limosna y se echa la mano al bolsillo). Pero el otro dice: «No, no. ¿Sabe lo que ha pasado». «N0, ¿qué ha pasado». «Han matado al presidente de Estados Unidos». Ella, que aunque no le interesa mucho la política pero hasta ahí llega, contesta: «¡Qué horror!», porque piensa, justamente, que, cuando pasan estas cosas, es que la sociedad no va bien y que puede pasar de todo. Entonces le dice: «Le agradezco que me haya dado esta noticia». «Hasta luego». «Hasta luego». Ella continúa por su camino pensando: «¡Dios mío! ¡Han matado al presidente...! ¿Quién habrá sido? ¿Habrá sido uno de Haití, de Santo Domingo, Bin Laden, de derechas, de izquierdas? ¿Qué pasará ahora? El Embajador de los Estados Unidos en el país -figura muy importante para la política-, ¿será del partido de los que lo han matado o será de la oposición? El que lo ha matado, ¿tendrá simpatía por la Iglesia, mantendrá las relaciones diplomáticas con la Santa Sede o no?». Una persona inteligente como ella se haría todas estas preguntas; sin embargo, se equivoca. ¿Por qué se equivoca? Porque se ha fiado de aquel siniestro individuo, de aquel pobre individuo, de aquel evidente loco, a quien ha visto por primera vez en la calle y que le dice algo sin pies ni cabeza. De hecho, si va corriendo a comprar el periódico del día la noticia no estará.
Esto equivale a decir que se puede tener confianza de un modo que no es razonable o, por el contrario, de un modo razonable, de manera inadecuada o de manera adecuada. ¿Cuándo es correcto fiarse de una persona? Cuando aquella persona sabe realmente lo que dice y no pre­tende engañar. Son dos categorías tan viejas como toda la filosofía esco­lástica, pero son de sentido común: yo me puedo fiar si estoy seguro de que el individuo en cuestión sabe lo que dice y no pretende engañarme.
El problema es cómo alcanzar esta certeza. Si hubiesen estudiado la Escuela de Comunidad, se acordaríais de la tercera premisa, la que habla de la moralidad. “Si uno es moral alcanza la certeza, si uno no es moral no alcanza nunca la certeza, o bien la alcanza de una manera no razona­ble, se fía de quien no debe fiarse.”
Desde un punto de vista racional está claro que uno, si alcanza la cer­teza de que una persona sabe lo que dice y no quiere engañarle, enton­ces, lógicamente, debe fiarse, porque si no se fía va contra sí mismo, va contra el juicio que ha formulado, según el cual aquella persona sabe lo que dice y no pretende engañar. La confianza es un problema de cohe­rencia, de coherencia con una evidencia de la razón, una evidencia alcan­zada directamente o a través de un testigo, de una manera inmediata o como consecuencia de la convivencia. Por ejemplo: subes al tren -nunca sabes con quién puedes encontrarte en el tren-, hay tres personas en el compartimento y tú estás allí callado, atento a tu cartera y callado. Pronto se empieza a hablar y comprendes que se trata de tres buenas personas, de tres personas llanas y buenas, entonces te fías y dices: «Me voy un momento», y dejas allí tu monedero con el dinero. Y en efecto, cuando vuelves, lo encuentras allí... ¡quizá porque no ha habido ninguna parada!

P. Luigi Giussani, “¿Se puede vivir así?”